Media naranja
Ejercicio en descrédito

<STRONG>Media naranja<BR></STRONG>Ejercicio en descrédito

ÁNGELA PEÑA
Escuchar radio o ver televisión, no es necesidad ni obligación y en el caso de que alguien decida hacerlo para entretenerse o informarse, tiene la opción de sintonizar emisoras de su deleite, gente en la que confíe, figuras que le resulten gratas a sus ojos y oídos.

Ahora circulan personas que se ufanan de ser las más enteradas, porque se nutren de cuanto negociante de la comunicación se presenta en determinadas estaciones y canales. El contagio los ha obligado a convertirse en adictos de esos mercaderes y andan por ahí convertidos en supersabios, los más entendidos en lo que se oculta tras cada negociación, declaración, incidente, atentado, informe, visita, encuentro.

Cuando alguien afirma con patética seguridad un hecho argumentando que lo  oyó en tal o cual programa, hay que reírse en su cara. Da pena que los mercenarios de la información tengan tanto poder e influencia en la mente de estos infelices. Y si quien lo hace es un profesional con dos dedos de frente, inspiran mayor desilusión sus aseveraciones basadas en esos maestros de la vileza que difunden sus calumnias interesadas.

Hay tipos tan feos de alma como de físico y están en la televisión con su apariencia de batracio destilando todo el veneno que le ordenan vaciar los que pagan sus incontrolables lenguas viperinas. Son como ratas y ratones, porque son los  más prolíficos  y porque son repulsivos, inspiran asco, asustan, constituyen serias plagas que participan en la transmisión de inventos y falsedades que expresan con tan descarado convencimiento que cualquiera jura que no están creando una falacia para hacer daño a terceros a cambio de sustanciosas papeletas, aunque algunos se transan por chilatas.

Abundan anuros rechonchos de ojos saltones, horrorosos, que no sólo parecen sapos por su apariencia aterradora, sino por sus voces ahogadas que no parecen humanas. Despotrican por escrito y por televisión. Cobran de parte de los que no pueden desenredar embrollos  denunciados por  hacedores de opinión, de los pocos serios que quedan.

Como esta sociedad se volvió un disparate, hay que aceptar que acaben con el prójimo por los espacios que ellos pagan para tener una agencia de ingresos a cambio del chantaje y la fábula. Suerte que sobre este tema se ha hablado a la saciedad: por la pantalla chica hay infinidad de difamadores pagados, cuyo historial de chiriperos de opinión conocen hasta los que no pertenecen a la ya muy desacreditada clase de la comunicación. Casi nada de lo que comentan es cierto. Son periodistas por encargo.

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