Media naranja
El estrés de la competencia

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ÁNGELA PEÑA
A un gran maestro espiritual se le atribuye un mensaje en el que afirma que los hombres se sentirían más cómodos en un mundo “despojado de competencia y de la tensión que eso conlleva”. Competir es verdaderamente estresante y, sin embargo, el afán de imponerse no es propio solamente de las grandes empresas e industrias.

Los que no tienen nada y los de escasas posesiones viven a diario esa agonía. La sociedad condiciona para que el prójimo luche por vencer, ascender, trepar, poseer, dominar, pero con la mente, el corazón, la cabeza, los ojos puestos en lo que hace, posee o logra el vecino, el compañero de trabajo, la colega, el amigo.

 En otros tiempos, las escuelas estimulaban en los estudiantes el interés de superarse a través de certámenes interinstitucionales que incitaban al estudio por el solo hecho de demostrar superioridad frente al contrincante. En las graduaciones universitarias se invitaba al nuevo profesional a mantenerse continuamente actualizado con nuevos aprendizajes. Esos mensajes crearon una élite intelectual insuperable. El estudio, las lecturas, el conocimiento, eran entonces los recursos que animaban a la competencia entre profesionales, lo que beneficiaba a sus clientes.

 La competencia del mercado siempre ha sido comprendida y aceptada aunque productores, promotores, distribuidores, vendedores, han vivido tensos, sumergidos en una constante zozobra, en amenazas, desafíos, provocaciones y traiciones que han llevado hasta a la muerte a muchos celosos propagandistas.

 Hay competencias, sin embargo, que son mortíferas y que atacan principalmente a un considerable número de mujeres desesperadas por contar con lo que la naturaleza o la vida les negó y en esa búsqueda inútil por escalar, exhibirse, ser estelares, sufren depresiones irremediables que las conduce a la demencia, reduce sus defensas y energías, las lleva a la tumba. Procuran con ansiedad el cuerpo perfecto, la mansión suntuosa, el hombre que resuelve por encima del que ama, funciones para las que no están preparadas ni pueden desempeñar sus mentes estrechitas, desean, en fin, todo lo bueno que tiene él o la más cercana y en esa búsqueda inagotable se endeudan hasta la ruina, se desmoralizan perdiendo completamente la dignidad, envolviéndose en insostenibles y escandalosos enredos económicos o en amores prohibidos, renegando de sus orígenes, clase, familia.

 Para no morirse en la víspera y conformarse con lo que el Creador y las propias fuerzas permiten, hay que trabajar indiferente a las posesiones y suertes del mundo ajeno y prohibir a los oídos escuchar frases tan inquietantes como que “vivimos en un mundo cada vez más competitivo” o aquella muy gastada de que “la competencia es feroz”.

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