ÁNGELA PEÑA
Es comprensible que tanta gente se expusiera a romperse un brazo para subir al tren o para verlo. El metro es la novedad. Aunque aquí una vez hubo rieles y tranvía, los que vivieron esa época duermen el sueño eterno.
Pero la política es tan radical en este patio que muchos se burlan de los que salieron a exponerse a morir atropellados por la multitud para ver esa magia. Pasa con todo lo nuevo. Cuando en una clínica de Santiago instalaron ascensor, muchas familias llevaban a sus hijos a subir y bajar por ese aparato fascinante, al que algunos mayores temían. Una crónica de Félix Calvo daba cuenta de ese encanto. Igual aconteció con el teleférico de Puerto Plata.
Unos se asustan y otros no quieren perderse semejante dicha. Hay compatriotas, por ejemplo, que no ponen un pie en una escalera eléctrica ni que los maten, a otros les seduce.
El metro va a ser por mucho tiempo el pasatiempo favorito de dominicanos que viajarán en él para sentirse extranjeros, recorrerán todas las rutas y paradas y lo contarán como si hubiesen agotado un record. Irán y vendrán y no se detendrán. Será un paseo para los que residen en el Distrito y una excursión más para los pueblerinos. Se vio a ancianos braceando y voceando: Déjenme ver esta vaina por si mañana no toy vivo y al descender comentaban aliviados: Me puedo morir.
En un tiempo será una rutina más. Ahora es el juguete que muchos jamás tuvieron. Lo lamentable es que la curiosidad impida que ayude a resolver el problema del tránsito. Todos querrán abordarlo. No es asunto de política, nadie quiere perdérselo. Hay miles de tours en agenda.