Media naranja
El puesto los enloqueció

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ÁNGELA PEÑA
El dicho popular de Mundito y el carguito no es sólo aplicable a los pelagatos de nacimiento que se volvieron intocables, inaccesibles, prepotentes, después que asumieron una función pública con todos los beneficios y ventajas que la posición envuelve.

También se ajusta a encumbrados ejecutivos del sector privado, infelices que deberían ser más humildes y sensibles teniendo en cuenta sus desarrapados orígenes de miseria, estrechez, privaciones, falta de cuchara y maratónicas caminatas para llegar a la escuela, no como deporte sino por la dura prángana.

Este país es un pañuelo, una vecindad, a pesar del paradójico progreso tecnológico que se promueve.

El desarrollo de la comunicación ha facilitado que así como se conocen al instante las noticias del momento, se riegue como pólvora la historia de penuria que caracterizó a chicos hoy blanqueados por el confort de las oficinas que les han asignado jefes satisfechos de su eficiente trabajo servil y lisonjero.

Cualquiera le teme al rencor, la venganza o el resentimiento de un ex desbaratado elevado, por ejemplo, a la función de gerente de un consorcio, grupo u otra empresa de servicio. El que no lo adula y apoya sus ñoñerías, disparatadas posiciones y locas decisiones es bloqueado en toda gestión relacionada con la institución que representa. A ese grado han llegado en el corazón de sus patronos, que delegan en ellos determinaciones pues pocos millonarios van a estar en conocimiento de quien es solvente, merece confianza o es acreedor de un auspicio. El resultado de una solicitud pudiera ser positivo si ha sido obvio el polvo tumbado al briboncito lambón de quien depende la anuencia. Es evidentemente negativo si no se ha sido genuflexo con el caprichoso pichoncito subido a la categoría de director.

Son personalidades perversas, complejas, retorcidas, a las que la misma sociedad ha convertido en monstruos despreciables. Los más astutos saben que manejan recursos, que son la confianza de don Zutano y los proyectan al margen de la imagen institucional, con tal de sacarles provecho.

Así se han convertido en postalitas, figuritas de la televisión y la prensa escrita que engañan al más astuto con su apariencia frágil y sus vocecitas tiernas.

 Son fieras devoradoras de reputaciones, con tal poder en las compañías donde sirven que en muchos círculos se advierte: “Señores, no se metan con Mengano”. Cuentan con numerosos y celosos asistentes que los encubren y más fácil es conseguir una cita con el dueño de la corporación que con ellos, supuestamente sus subalternos. Son fenómenos sociológicos que ameritan estudio, pacientes siquiátricos necesitados de atención y tratamiento.

Como ahora en la República Dominicana un solo hombre puede ser dueño de múltiples y variadas empresas, el que se enfrentó a estos terribles coberos sabe que tiene cerradas todas esas puertas.

La vida de muchos de estos antiguos militantes de la escasez, casi todos ubicados en vicepresidencias de comunicaciones o relaciones públicas, está en la red, verdad o invento, contada seguramente por las víctimas de sus veleidades.

Lo que asombra no es su pasado de pobreza ni tampoco la superación profesional, lo que no es vergonzoso. Sorprenden los poderes que les han dado y la extraordinaria condición de malvados que les atribuyen.

Es más penoso aún que no se dediquen a promover las compañías donde perciben salarios principescos, olvidando un poco ese protagonismo enfermizo que ya empalaga.

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