Media naranja
En la enfermedad

<STRONG>Media naranja<BR></STRONG>En la enfermedad

ÁNGELA PEÑA
Para muchos enfermos, casi todos, una visita es tan importante como los medicamentos y la siempre deseada presencia de los médicos. Sentirse acompañado en momentos de sufrimiento infunde seguridad al paciente.

En medio del dolor, las extracciones de sangre, la búsqueda de una vena para transfusión o pasar suero, los diagnósticos y estudios, el aquejado ansía a su lado, a su alrededor, amigos y parientes que ante su impotencia para hablar, moverse, consultar, fiscalicen por él todo ese calvario que padece inerte, débil, agotado, sobre una cama extraña y ajena, estrecha, inadaptable. A veces no quiere que le pongan conversación porque el dolor o sus imploraciones silenciosas le impiden abrir la boca, pero se goza al sentir conversaciones en su entorno porque percibe que su padecimiento importa a los demás. Los temas que escucha debatir le convencen de que su mal no es grave pues no hay en sus visitantes comentarios negativos o compasivos referentes a su aquejo.

 El enfermo agradece una caricia, un abrazo, un beso, el apretón de manos y la preocupación de los otros por saber si se siente cómodo en su posición, si el aire acondicionado está muy frío, la sopa muy caliente, la música ambiental muy alta. Una flor, la oferta de una oración, encienden su estado de ánimo. Para los pobres, un alimento o una contribución para adquirir la receta, es un alivio. La comprensión de los demás porque entienden que su condición les impide atencionarlos como quisiera, le satisface.

 El bienestar que refleja el enfermo cuando van a verlo, aunque sea para estar a su lado en silencio, como perro fiel, es patético. La compañía cura y mitiga ese estado de ansiedad e incertidumbre que invade al ingresado en un hospital o recluido en su habitación familiar.

 Quien visita a un enfermo cumple con el amigo hermano y es fiel al mandato que dejó explícito el Padre: “Porque estuve enfermo y me visitasteis…”

 El que acude al lecho para estar con su amigo (a) en la afección no repara en su apariencia ni en las secuelas que puedan dejar en su cuerpo los inacabables pinchazos, unturas, suturas y trasnoches. Quiere verlo (a), estar con él o ella, demostrarle su cariño, llevar junto a él o ella esa cruz. Porque también el aparentemente sano se siente reconfortado con el encuentro.

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