Media naranja
Esclavos de los hijos

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ÁNGELA PEÑA
La calle ha sido siempre peligrosa y el trabajo invariablemente agotador, duro. Los que han cambiado son muchos padres de estos tiempos que además de salir a buscársela regresan a sus casas a servirles como esclavos a unos hijos educados como príncipes. Ayer no había tregua para la ociosidad de niños que al regresar de clases debían cooperar con las faenas hogareñas.

Creciditos, compartían la escolaridad con el aprendizaje de un oficio que les reportara algún ingreso para ayudar al sostén familiar o a sus estudios.

 Hoy está desapareciendo esa cultura. Los muchachos son generalmente vagos que no se ocupan ni de las tareas del colegio.

Retornan del aula a comer y ver televisión, jugar “play station”, “Wii”, “Nintendo” o salir a visitar amiguitos para la chercha estéril.

Mamá friega, lava, plancha, cocina, responde el teléfono, recoge aposentos alborotados, descarga inodoros, limpia, planifica la cena mientras sus privilegiados hijitos descansan estropeados del retozo.

 No los mandan solos a la escuela aunque esté a una cuadra porque hay demasiado peligro. Ella rinde por diez dentro y fuera del hogar para ver subir a sus criaturas inteligentes, bellas, sanas, higiénicas, protegidas. No quiere que repitan las penurias que pasó en su infancia y se siente orgullosa del bien que cree que les hace. Es una heroína ante la que la “Mujer Maravilla” es una ridícula ineficaz.

 Mañana vendrán las quejas. Ella envejecida y lista y los afortunados hijos como quicios, explayados frente al monitor, sordos ante el reclamo de una sierva desesperada que grita impotente pidiendo ayuda y que  lo más que puede recibir es un boche de sus párvulos por interrumpir con sus quejas la cautivante serie. Así educan casi todos los padres modernos. No sienten compasión por ellos mismos. Su autoestima está muy baja. Trabajan sin hiel por unos hijos que a pesar de ser jóvenes y fuertes explotan a sus viejos débiles, a veces enfermos.

Estos nunca les exigieron ni les enseñaron quehaceres domésticos.

 Serán excelentes profesionales y magníficos ciudadanos que no aprendieron como se friega un plato, se lava un calzoncillo o se fríe un huevo.

El día que casen y se vaya la criada el mundo se les vendrá encima.

Maduraron pensando que la vida los bendijo no con un padre y una madre sino con dos sirvientes y suplidores.

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