Media naranja
Galanes de la política    

<p><span><strong>Media naranja<br/></strong>Galanes de la política    </span></p>

ÁNGELA PEÑA
Pangela@yahoo.com.do
La República Dominicana tiene una belleza natural privilegiada, pero como es un país en campaña política permanente, los aspirantes, con sus fotos tan exageradamente arregladas que parecen ser los hijos de ellos mismos, han opacado el encanto de los verdes árboles, las tupidas montañas, la visión lejana o próxima del mar, las casitas de madera que rememoran siglos, las glorietas, los edificios históricos, todo el hermoso paisaje de esta geografía espléndida.

Han colocado sus afiches gigantes en la ruta de los balnearios y las playas. Todos sonríen con dentaduras perfectas, blancas, como si fueran modelos de crema dental. Ninguno es feo y, aunque el cabello crespo tiene su gracia, parece no gustarles esas pasitas que el tirano Lilís y el dictador Trujillo se aplacaban con brillantinas y aceites pero que estos vuelven lacias y relucientes con la magia del foto shop. Desprecian su pelo ensortijado porque tal vez les recuerda el África. Ocultan sus canas, que les resta años pero les suma experiencia, lo cual es ventajoso para un candidato, y aborrecen sus ñatas producto de la herencia de unos antepasados de cuyos nombres prefieren olvidarse.

A cualquier extranjero ese panorama de afiches a color, narices perfiladas, ojos galanos y melenas gardelianas debe darle la impresión de que está en Hollywood, asistiendo a la promoción de un largo festival de películas con Brad Pitt, Leonardo

DiCaprio, Tom Cruise, Antonio Banderas, Andy García o, en última instancia, Denzel Washington, pero en una retrospectiva de sus años mozos, porque hay uno al que le han dejado un poco de sus rasgos amulatados a pesar de la lisura que cubre su cacumen. Y se ve como un bebé.

Para muchos criollos, en cambio, esa galería de retoques se asemeja a un circo con tantos galanes primorosos y blancos, de beldad soberbia y pose exquisita  cuando casi todos son mestizos curtidos por el ardiente sol tropical donde han tenido que bracear para engancharse, maltratados por los duelos y forcejeos de su accidentada carrera a la que muchos no han llegado y, los que están, no han podido mejorar su fisonomía de mezcla en la que siempre predomina un abuelo que se pasó de candela en el horno de esta etnia multicolor.

Sin “frononós” y sin bembas conforman el anfiteatro de los viajeros nacionales que los conocen en vivo y en persona, en su realidad física, cercana, y gozan el acabose viéndolos tan frescos, delicados y elegantes sonriendo  con su indumentaria de primera y esa pose artística importada aunque sus nombres y apellidos son tan típicos como el mangú, el chicharrón, el sancocho, y los apodos, que muchos prefieren a su verdadera identidad, son tan folklóricos como el merengue Qué será lo que quiere el negro.

Esa faceta es la única gracia que tiene esta campaña: ver a esos chamaquitos con aspiraciones de gente adulta, tan bellos, que da pena saber que aspiran a romper brazos en esta jungla de pacotilla cuando pudieran convertirse en rutilantes íconos del cinema.

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