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Herencias desdichadas

<SPAN>Media naranja<BR></SPAN>Herencias desdichadas

ÁNGELA PEÑA
¿De qué sirve acumular riquezas, con o sin sacrificios, para dejar tragedias, enemistades, rencores, entre los descendientes? Quien tiene aunque sea una tarea de tierra debería arreglar sus asuntos en cuanto a quienes la heredarán cuando muera, desde que firma la operación de compra. Así se evitaría la desgracia que por ese bien pudiera ocurrir tras el cierre definitivo de los ojos del dueño.

Las herencias están dividiendo familias que en vida del millonario fueron modelo de unidad y amor. Los pleitos por repartirse el pastel no sólo degeneran en muertes. También causan daños emocionales en los deudos más vulnerables que no soportan ver a hermanos agrediéndose, insultándose, cayendo en la humillación y la desconsideración, viviendo un constante desafío.

Tras el fallecimiento de muchos ricachones se descubren ambiciones jamás sospechadas. El cariño era fingido. El dinero opaca todo sentimiento humano. Quedarse con su cuota y con lo que le toca a los otros es la principal aspiración de unos hijos que se creen únicos, superiores, propotentes administradores de un patrimonio que nunca fue suyo y en el que no pusieron jamás una gota de sudor, y a esa arrogancia por el dominio de los fondos comunes, contribuyen, lamentablemente, muchas madres, sobre todo aquellas que por haber sido las esposas, discriminan a los mal llamados “hijos de la calle” que, por suerte, para esos fines hoy son tratados también con los mismos derechos que los definidos como “oficiales”.

Pero el desprecio hacia el muchacho o la muchacha nacidos fuera de la legalidad de una unión conyugal no es el único caso. También son objeto de desaires y vilipendios, los procreados en matrimonios anteriores al que tenía el difunto a la hora de su último adiós.

La pena por situaciones tan indeseables está llevando a la tumba o enloqueciendo a hombres y mujeres emocionalmente vulnerables que prefieren la paz y el entendimiento fraterno, antes que recibir una porción del botín. Saben que el dinero envilece y transforma los espíritus aparentemente más desinteresados en auténticas fieras, capaces de matar antes que desprenderse de una posesión material, aunque no les corresponda.

Es cierto que cuando un potentado mujeriego se despide de este valle terrenal, aparece una prole infinita que los familiares no han visto ni en pintura. Ahí se justifican la extrañeza y hasta la indignación y las investigaciones. Lo triste es cuando, no bien concluye el velatorio, hermanos que se adoraban comienzan a distanciarse, principalmente porque una parte tenía fríamente planificado adueñarse del trofeo y no quiere intimidad ni roces para que no se conozcan inversiones, cuentas bancarias, pertenencias, beneficios, utilidades.

Más lamentables aún son las agresiones verbales, físicas, las torturas psicológicas, la complicidad de abogados sin escrúpulos metiéndose en asuntos de familia, las muertes, unas violentas por el enfrentamiento franco, imprevisto o calculado o por la acechanza cobarde. Otras lentas pero igualmente hirientes, por el dolor que causa en mentalidades elevadas sufrir el deplorable cuadro de tener que ver a los hermanos enfrentados.

El occiso está en paz.  Libre de la angustia y de la zozobra que ocasiona la opulencia. Pero su prosperidad, bien o mal habida, dejó a todos sus deudos en conflicto. Matándose por llegar a ser tan infelices como probablemente lo fue él, a pesar de tanta abundancia material. La desdicha es otra herencia que deja tras sus huellas millonarias

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