Media naranja
La base de Sabana de la Mar

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ÁNGELA PEÑA 
Estudiosos del acontecer leyeron con sorpresa unas declaraciones del antropólogo Aquiles Castro, funcionario del Archivo General de la Nación, en las que afirma que de diez historiadores que consultó, “incluso a varios de ellos que trabajan” en ese organismo, sólo Roberto Cassá sabía de la existencia de una base de proyectiles en Sabana de la Mar.

Clodomiro Moquete, director de “Vetas”, supo reflejar en la entrevista el ostensible asombro del profesional, maravillado del hallazgo. “Esto es realmente desconocido, no se ha trabajado en el país y estamos buscando la información que pueda haber en materia documental, sobre todo oral…”, declaró Castro.

 De la inauguración de esa base se debe haber enterado todo el país y una gran parte del mundo, porque se divulgó con amplia cobertura en la prensa.

El Generalísimo y su hermano Héctor, entonces “Presidente títere”, asistieron a la ceremonia en compañía de los ideólogos y constructores de la obra, funcionarios civiles y militares, el cuerpo diplomático y el pueblo sabanalamarino, que se volcó en vítores y aplausos al “Benefactor”.

Si se publicó en periódicos y revistas con tal despliegue, lo normal es que también se transmitiera por radio y  televisión, por lo que deben recordarlo muchas personas mayores de 60 años, aunque cronistas muy jóvenes saben del acontecimiento porque en sus labores de investigación han tropezado con esa reseña, anunciada desde antes que culminara.

 Fue otro eslabón “en la extensa cadena de establecimientos de ese género”, que iba desde Cabo Cañaveral hasta Puerto Rico. El 23 de noviembre de 1956 se unió República Dominicana.

Los detalles están en El Caribe y La Nación del día siguiente y en la revista de las Fuerzas Armadas de enero y febrero de 1957.

Trujillo recorrió las calles de la comarca y las instalaciones, se brindó whisky, champaña, un suculento almuerzo mientras la Banda de Música del Ejército tocaba contagiosos merengues.

Florencio Sutil Calderón, carmelita descalzo, bendijo la base. Los técnicos Bernin Ryan y el mayor Alfonso Díaz Quiñónez hicieron las explicaciones.

El embajador americano William T. Pheiffer y el comandante D. N. Yates dijeron los discursos en inglés, traducidos por  Díaz Quiñónez y Ernesto Vega Pagán.

 Estudiantes y damitas entregaron flores al “Benemérito” y el día fue declarado de regocijo.

Las casas se engalanaron con banderas y la gente bendecía al padrino de esos proyectiles, “verdaderas armas para contrarrestar un ataque enemigo”. Viajaban “tan rápido que no pueden ser apreciados por la vista humana”.

De ellos y los ilustres asistentes se publicaron fotos y descripciones.

 Castro dice estar buscando información. En esa prensa hay mucha, pero puede encontrar testimonios más reveladores, humanos y científicos con los sabanalamarinos: jóvenes y viejos, hombres y mujeres, hablan con entusiasmo de la base, aquel centro de proyectiles atómicos que llevó innumerables gringos a su suelo.

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