Media naranja
Las famosas y el hombre ideal

<p><span><strong>Media naranja</strong><br/>Las famosas y el hombre ideal</span></p>

ANGELA PEÑA
pangela@yahoo.com.do 
Muchas mujeres famosas se crean difíciles expectativas con los hombres, a juzgar por lo que confiesan en las entrevistas cuando les preguntan cuál es su pareja ideal. Casi todas los prefieren inteligentes, sinceros, leales, francos, trabajadores, honestos, condescendientes, futuros buenos padres. Parece no preocuparles el dinero porque ninguna confiesa que aspira a un millonario, ni siquiera que lo prefiere acomodado. Tampoco declaran que esperan a un galán. Pero seguramente son capaces de transarse a la hora de la definición con la verdad, porque el varón de sus descripciones no ha sido fabricado como tampoco existe la mujer perfecta que busca infructuosamente el sexo masculino.

A una reconocida jurista le publicaron una semblanza en reconocimiento a sus méritos y logros en esta justicia de mafias y corruptos a la que ella ha sabido imponerse sobre la base de su integridad y su capacidad. Es divorciada, joven, hermosa y con pretensiones de reincidir en segundas nupcias. Le preguntaron por el perfil de la pareja de sus sueños y ella dijo con sinceridad lo que aspiraba. Las amigas le comentaron que su respuesta ahuyentaría al más interesado de sus pretendientes, considerándola complicada, de pocas posibilidades.

-La próxima vez, cuando te cuestionen al respecto debes decir que la única condición que buscas en un compañero es, sencillamente, que te ame, le aconsejaron.

Todos celebraron la ocurrencia pero, en verdad, es un argumento muy sabio. Es un señuelo que seguramente no va a alejar candidatos, al contrario. Y no es un engaño. Amar es la condición más simple, a pesar de ser un acto tan sublime. El que ama es capaz de cumplir con todos esos requisitos que las famosas declaran y con otros más complicados, sin advertirlo, porque el amor ciega, obnubila los sentidos de tal manera que el amante ni se percata de su absoluta entrega.

El que ama se enajena para abandonarse en los caprichos y necesidades de su amor. Le consagra sus fuerzas y sus sentimientos, su tiempo y sus pensamientos, sus bienes, pocos o muchos, su corazón, su lealtad. No exige y se convierte en un fiel servidor de su amada. La cuida, le da seguridad, protección, calor, ternura, vela su sueño y se desvela con su enfermedad. Complace sus más íntimos anhelos y no es propietario de ninguna riqueza material porque lo del uno es del otro.

La mujer pública o anónima que está en conquista se saca el premio mayor si encuentra un compañero que en verdad la ame. Va a contar con la paciencia, la comprensión, el sacrificio, el sudor, el respeto de su amado y una infinidad de beneficios que vienen por añadidura.

No tiene que rebuscar en su sesera los atributos que espera de él cuando le consulten sobre el hombre de su vida. “Que me ame”, como le sugirieron a la doctora que debió contestar. Es una réplica atrayente que parece sencilla y por eso miles de candidatos irán detrás de la sobresaliente dama creyendo que sus pretensiones son muy simples. Las amigas también pensarán igual. Y lo más probable es que esta aspiración sea más compleja que la retahíla de requisitos que puso la brillante notaria pública.  Los que en verdad saben la verdad que encierra esa poderosa frase, al llegar a ese delicado párrafo tal vez reaccionen con un “¿Y e’fácil?”. Para acercarse a una mujer que ambicione tanto hay que tener un asfixie descomunal. Y mantenerlo.

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