Media naranja
¿Mujeres en el poder?

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ÁNGELA PEÑA
Don José Saramago, Nobel de Literatura, ha creado un revuelo entre prestantes damas argentinas y del mundo después que declaró que le preocupa mucho cuando una mujer llega al poder, porque pierde la solidez, la objetividad y la sensatez que suelen ser diferenciadoras de los hombres.

 Al ascender a posiciones de influencia, hay entonces tres sexos, dijo: “femenino, masculino y el poder. El poder cambia a las personas”, manifestó.

 Las reacciones no se hicieron esperar y funcionarias y ejecutivas privadas de aquel país rebaten los argumentos del laureado escritor. Aunque no se han escuchado voces en consonancia con el autor de “El Evangelio según Jesucristo”, para muchos no deja de tener razón, pese a que nadie se atreve a respaldarlo en público para no meterse en rojo con las privilegiadas señoras en el mando.

Pero muchas de ellas cuando asumen una posición de importancia, de verdad se confunden.

En vez de ponerse a profundizar en estudios y programas relacionados con las altas funciones que les asignan, comienzan por agenciarse creadores de imágenes que las asesoren en un cambio radical para ensayar el nuevo look que, en sus mentes insulsas, demanda una gran función. Se tornan frívolas.

 La suerte les puso en condición de primera y para engrandecer su vanidad encuentran un elenco de alcahuetes que comienzan a enseñarles poses, atuendos, accesorios en los que gastan el tiempo y el dinero que deberían invertir en labores útiles y beneficiosas al conglomerado.

 No es el caso de todas. En los ámbitos privados, las féminas son más moderadas y discretas. Lucen modernas y nítidas pero sin exageración. Sus discursos, en cuanto a las funciones que desempeñan, son juicios y ponderables. Igual hay mujeres sensatas en la administración pública, reconocidas por sus eficientes servicios a favor de los sectores que representan. Se ven hermosas y actualizadas, aunque la moda no es su principal inquietud. Pero el poder es una droga. Muchas aspiran devengarlo para exhibirse como en pasarela, compitiendo con artistas y modelos en un derroche perjudicial para el pueblo.

 Los mayores y los niños son sensatos y sinceros. Saramago habló con el corazón y si se aplican sus criterios a algunas ejecutivas privadas y a políticas que más que funcionarias y gerentes cambian de la noche a la mañana comportándose más que tales como divas, se concluye en el que, en cierto modo,  el Premio Nobel tiene toda la razón.

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