Media naranja
Murió: quería estar en la línea

<p><span><strong>Media naranja</strong><br/></span>Murió: quería estar en la línea</p>

POR ÁNGELA PEÑA
Existe una esclavitud voluntaria, innecesaria, que asume principalmente un considerable número de mujeres: la de la moda en todos sus aspectos. Es una dependencia que disfrutan aunque sea la causa de un estrés permanente que muchas veces degenera en peligro para su salud, su vida.

Son las mansas corderitas que siguen todas las novedades del vestir, maquillaje, el corte de pelo, los accesorios y perfumes, el calzado, la decoración y otros usos que dictan los que rigen  personalidades débiles, vanidosas, presumidas, caprichosas, competitivas. Es un éxito sobresalir por estar al último grito y aunque es grato verse y sentirse bellas y modernas, hay chicas que no pueden seguir el acelerado y cambiante ritmo de lo que está en boga y, para lograrlo, son capaces de vender alma, cuerpo y conciencia o de no exponerse al público si la situación económica no les permite estar “a nivel”, “in”, luciendo el más reciente ¡guao! de los zares que deciden lo que va en cada temporada.

Estar a la moda en la indumentaria no es tan costoso como querer seguir los dictámenes actuales en cuanto a figura. Ya los trapitos, zapatos y cosméticos están prácticamente al alcance de cualquier bolsillo y es probable que el día menos pensado una ricachona se choque en una esquina con una humilde doméstica que lleva su misma ropa, aunque la haya comprado de segunda mano en una de esas famosas “Agáchate boutique”.

Hoy lo que más está acabando con la vida de muchas, sobre todo adolescentes, es el afán de estar en la línea, porque la extrema delgadez es lo que se promueve. Ninguna mujer debería estar obesa, que no sólo es antiestético, sino que perjudica el bienestar físico, pero tampoco debe convertirse en una maniática que vive pesándose y midiéndose para ver si los chichos están haciendo de las suyas o si asoma una indeseable libra nueva.

Los casos de gravedad por pasar hambre para no perder la línea no tienen gran resonancia, pero son muchos y graves porque las bulímicas se han constituido en pacientes habituales de consultas, emergencias, internamiento en clínicas y hospitales, aunque no siempre se les diagnostique esa alteración. Muchas hace tiempo que firmaron con los cachorros tan solo por ese excesivo afán perfeccionista de sus cuerpos, como si fueran estrellas de cine o modelos de pasarela.

Un amigo psicólogo encontró en una cliente depresiva la razón de su mal: el vómito provocado. Pero lo supo cuando ya no había qué hacer. Después del funeral se enteró que además de volver al inodoro cuanto ingería, la muchacha usaba diuréticos, laxantes, enemas, y se excedía en sus ejercicios físicos porque el muy malandrín de su novio, un amondongado rechoncho que parece no reparaba en su panza inflada, la tenía en zozobra con que no se dejara engordar porque la cambiaría por otra. La infeliz sufrió una pancreatitis que la llevó a la tumba.

Es una suerte estar en forma, pero es más importante gozar de buena salud. Las exageraciones para rebajar suelen tener serias complicaciones. Este profesional de la conducta cuenta que ha referido a otros colegas chicas con estreñimientos agudos, inflaciones crónicas de la garganta, deshidratación, hemorroides y hasta rompimiento del esófago causados por el continuo vómito provocado que él llama “estético”, el ayuno y esos otros trucos para perder líquido y kilos.

Los hombres no deben exponer a la muerte a sus parejas. Un alerta cuando asoma el descuido, es saludable, pero no tiene que ser amenaza ni chantaje. A veces se trata de varones cansados de sus relaciones que buscan en la gordura una excusa para salir de ellas justificándose con la ingrata e indeseable expresión de que “eso no fue lo que yo compré”, como si las novias o esposas fueran mercancía desechable.

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