Media naranja
No se casan, no

<P><STRONG>Media naranja<BR></STRONG>No se casan, no</P>

ÁNGELA PEÑA
Los varones de clase media han extendido las edades para casarse, si no es que optan por quedarse solterones para prolongar hasta la muerte la vida bohemia, el amor compartido y un desfile interminable de noviazgos que duran menos que un grano de maíz cerca de una paloma.

Iglesias e instituciones que abogan por el establecimiento del sagrado vínculo del matrimonio y el cumplimiento del mandato divino de “creced y multiplicaos” están prácticamente arando en el desierto ante esta legión de indiferentes que el dulce hogar que prefieren es el de los padres en el que tienen cubiertas sus necesidades sin hacer el menor aporte ni doblar el lomo.

Temen a la responsabilidad de lo que ellos llaman “yugo” y compadecen a los que van devotos al altar porque consideran que cayeron en un gancho.

 Los tiempos han cambiado tanto como el cuento de Caperucita.

Estos sempiternos picaflores no contraen nupcias porque haya escasez de viviendas ni porque los muebles y electrodomésticos están caros.

Tienen dos razones para quedarse: la facilidad con que se entregan muchas jóvenes, la generosidad de unos padres que les tienen cubiertos todos los servicios y necesidades.

 Antes las uniones entre parejas se daban hasta a los 13 y 14 años.

El hombre estaba muy limitado por unos tutores que no lo dejaban ni tocar a sus doncellas.

Los viejos eran celosos guachimanes de sus hijas y ellos, enamorados, querían ser pronto dueños de sus hermosas vírgenes.

Hoy los muchachos pueden llegar hasta a los 30. Y cuidado. Mamá y papá les garantizan techo, ropa limpia, tres comidas, agua, luz, teléfono, telecable, Internet flash y ningún control de entradas y salidas.

Ni siquiera un reproche cuando amanecen fuera ni un cuestionamiento si  van de fin de semana.

No tienen que llevar niños al colegio, ni atencionar suegras, ir al supermercado, a la lavandería o al pediatra.

No sufren si la novia los abandona porque más adelante hay miles que se arrojan a sus brazos sin condiciones.

 Los desposorios han perdido candidatos. Las chicas deberían ponerse más difíciles negándose a prestar, adelantar, soltar prendas, y los padres ser menos espléndidos con sus hijos desde que estos se hacen profesionales y trabajan, para que el matrimonio recupere su esplendor y vuelva a ser compromiso, aspiración común entre los novios.

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