Media naranja
Perdón, Señor. Gracias, Padre

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ÁNGELA PEÑA
Tradicionalmente, el día de hoy se acostumbra hacer resumen del pasado destacando los hechos trascendentes, buenos y malos, con la intención de dar gracias por los positivos y hacer propósito de enmienda por las faltas.

Se expresan las aspiraciones para el año que inicia junto a un sinnúmero de rituales paganos que incluyen baños, olores, oraciones, inverosímiles ritos previos a la medianoche, cuando cada creyente en estos ceremoniales típicos que nunca resultan, separa su docena de uvas para expresar el mayor anhelo mientras devora el fruto de la vid, invariable en esta fecha.

 Pedir perdón debería ser la acción número uno del recuento.

Perdón a la naturaleza, que cansada de tantos abusos se reveló con ira, como llamando la atención frente a tanta indolencia. Y prometerle respeto para que su furia por los agravios y atropellos que la sobrecargan no se convierta de nuevo en reacción violenta.

Agradecimiento por el brote de los nuevos retoños que asoman, pese al ultraje.

 A Dios, perdón por los excesos en los insultos entre hermanos, en el saqueo de los bienes comunes, el derroche innecesario de presentes costosos y copiosos a los que nada necesitan tan sólo para atraerse un voto, un comentario complaciente, el silencio cómplice o la indiferencia frente a la corrupción.

El Señor tenga misericordia de los que humillan a los pobres haciéndoles pagar el precio de su inmerecida miseria dando vergonzosas carreras detrás de funditas, papeletas de baja denominación o juguetes de pacotilla.

 Y que se apiade de los que patrocinan pomposos seminarios contra la pobreza para seguir fomentándola con estas donaciones que colocan a los humildes en situación de mendigos haciéndoles olvidar reclamos de igualdad y de justicia.

 Dar gracias al Todopoderoso porque a pesar de la insensatez, la injuria, las ambiciones descomunales, el ‘gangsterismo’ público, el latrocinio denunciado o encubierto, mantiene sanos y con vida a los autores de tanta irreverencia y franco irrespeto, aunque  una sociedad mira y escucha sobrecogida de espanto, pero impotente y a veces displicente e insensible, lamentablemente ya curtida en la cultura del desacato.

 Que el perdón inunde los corazones de los depredadores y fulleros. Que el Padre premie a los  escasos justos, a los íntegros, bondadosos y compasivos.

 Felicidades a los mansos, desvalidos, menesterosos, indigentes, mendigos, pordioseros, infortunados e infelices.

Porque de ellos, a fin de cuentas, seguirá siendo el Reino.

Por los siglos de los siglos.

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