Media naranja
Revolucionarios ofendidos

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ÁNGELA PEÑA
 Paradójicamente, ha sido esa gente supuestamente tan sensible, tradicionalmente preocupada porque se respete la verdad y se imponga la justicia, enemiga de las dictaduras, el autoritarismo y las complacencias, la que ha reaccionado con agresividad inusitada ante la publicación de “Manolo”, el libro que escribió Edwin Disla.

 Entre esa izquierda combativa y gloriosa del ayer, parece que hay individuos irracionales que todavía conservan la cultura de la pandilla, del boicot, de ordenar palizas cuando lo que se dice de ellos, verdadero o falso, no es de su agrado.

 Según rumores, la obra ha sido ponderada por historiadores y hasta por algunos luchadores no muy bien tratados en el texto porque consideran que es un trabajo serio. Se sienten descubiertos y amargados, aunque pueden decir que no son ellos, pues es novela, pero no han recurrido a la violencia,  ni verbal ni escrita. Ese es el comportamiento de gente civilizada que ha aprendido a vivir en la democracia por la que tanto luchó.

 Pero, ¿amenazar con abofetear, meter preso, difamar al autor, invitar al pueblo a no comprar el libro? Cualquiera se resiste a creer que así actúan viejos militantes que expusieron sus vidas por la libertad, la dignidad y el decoro.

 Dicen que una dama se sintió aludida y está acechando al escritor con una navaja, pero su historial, según el libro, no es de índole política; que familiares del héroe, heridos, lo han calificado en su cara de panfletero y le han escupido otros insultos; que integrantes de algunas agrupaciones patrióticas ordenaron a sus miembros no asistir a la presentación; que un comunicador  y ex guerrillero le ataca indirectamente por la prensa; que un dirigente espera encontrárselo para “sacarle cuentas” y que dos ex soldados de diferentes frentes del 1963 tienen “agentes” vigilando sus pasos. Que si va al acto en honor de Tavárez Justo, a celebrarse en Montecristi, “le darán salsa” y ordenarán su arresto.

 Evidentemente que este lamentable proceder ha provocado que el libro se agotara antes del mes. Pero así nadie querría ser parte del “boom” literario. Lo correcto es mostrar el desacuerdo por la vía de la palabra y, en última instancia, a través de los tribunales, aunque sin perder de vista que este ejemplar, según Disla, es una “novela histórica”.

Antes de enojarse hasta el extremo de la barbarie, es preferible tener en cuenta que cualquier parecido con la realidad pudiera ser pura coincidencia.

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