Media naranja  
Ripiando el Perico

Media naranja  <BR><STRONG>Ripiando el Perico</STRONG>

ÁNGELA PEÑA
Es una obra de laboriosa investigación, virtuosismo, es el trabajo magistral de un equipo superior que supo combinar música, arte, historia, ritmo, sabor, humor. Es alegría que contagia y nostalgia que remonta a un pasado grato, sano, más pura e incorrupto que este presente chapucero, mediocre, insulso, disparatoso y a veces descabellado que nos presentan algunos mal nombrados maestros del merengue.

De Ripiando el Perico, los dos compactos patrocinados por el Grupo León Jimenes, producidos por Huchi Lora, Rafael Chaljub Mejía y José A. León, es difícil escribir porque desde el Juangomero hasta Chiche Bello, lo que se siente es el deseo inevitable de ponerse a bailarlos y olvidarse de la vida ingrata.

Huchi debió haber vivido con fascinación esta experiencia singular. Siempre ha sido un devoto del merengue típico. Sintonizaba con fanatismo la vespertina programación santiaguera donde lo pasaban, para sorpresa de su generación de “teenagers” que no concebían en él esta afición entonces reservada a los mayores y a los pobladores de la zona rural. A Chaljub, izquierdista y revolucionario, pocos se lo imaginan en esos giros de tambora, acordeón y güira, aunque hace poco que sorprendió a sus camaradas con Antes de que te Vayas, el libro sobre el merengue que a pesar de no encajar en sus temas tradicionales, es un aporte nuevo en su faceta de investigador histórico. El merengue es parte de la vida del dominicano, es su identidad. Puede que no se baile, pero letra y melodía quedan por siempre grabadas en la memoria, conectando con vivencias muy personales de todo el nacido en la República.

Esta Antología del Merengue Típico es una selección representativa de acontecimientos trascendentes del ayer, en algunos casos, y es el más digno homenaje a sus pioneros y creadores: Ñico Lora, Tatico Henríquez, Toño Abreu, Guandulito, el Cieguito de Nagua, Carmelito Duarte, Chiche Bello, Matón Mézquita, Fello Francisco, Yan de la Rosa.

Sin abandonar la esencia de las antiguas piezas, los productores imprimieron voces y acompañamientos que hacen más sabrosos y pegadizos esos merengues que siguen siendo de enramada, empalizada, piso de tierra y techo de palma y yagua a pesar de los elegantes tonos de los saxofones de Crispín Fernández y José el Calvo, del gallardo bajo de Rafaelito Román que también hace magia con el acordeón. Ni hablar de los sobresalientes toques de tambora de Ramón Andújar, la güira de Fosforito Estrella, Raúl y Nixon Román y la gracia de El Prodigio, Lupe Valerio, Chico Torres, Peyé Peña, Víctor Tolentino, Amaury Colón, Henry García y Bartolo Alvarado (El Cieguito de Nagua) cuando hacen sus exclamaciones de contento en los intermedios instrumentales. Los coros son brillantes.

Hay una comunidad que seguramente agotó y rayó esta inigualable antología: la de los dominicanos residentes en Nueva York. Cuando viajan suelen traer en sus audífonos El telefonema, Hatillo Palma, Heroína, Los galleros, San Antonio, Las flores, Amore’condío, Juanita Morel, Los algodones, Cabo’e Vela, El Pichoncito, Dolorita, Carmelito Duarte, Las mujeres ajenas, Mata Bonita, como preparándose mentalmente para el sancocho en el que es invariable ese perico ripiao que es la añoranza de sus largas ausencias. Esos y muchos otros están contenidos en esta producción bella que no es sólo dos compactos con 24 merengues sino un resumen de la historia de ese género, ilustrado con hermosas fotografías de gentes, paisajes, ambiente de baile de la sierra o monte adentro, instrumentos, parejas en movimiento, muebles, flores, plantas vernáculas.

Cuando suena ese acordeón y la tambora arranca, no hay sosiego para el cuerpo ni palabras para describir esta joya. Hay que convertirse en monstruo de la pista y pararse, irremediablemente, a ripiar el perico.

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