MEDIA NARANJA
Sanantonios a millón

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ÁNGELA PEÑA
Proferir groserías por los medios de comunicación se ha convertido en una gracia. Comunicadores han sentado cátedra al respecto y ahora dar un baño de excremento hasta a la Santísima Virgen es celebrado y repetido sin el menor rubor.

No hay institución oficial ni privada que censure la vulgaridad en la radio y la televisión. Se cierran emisoras y canales por ataques políticos, amparados en la autoridad que da el poder, pero jamás por el festival de indecencias e inmoralidades que vomitan conductores, presentadores, moderadores, maestros de ceremonias, animadores, humoristas. Estos deslenguados son intocables porque cuentan con un argumento válido para que nadie se atreva a amonestarlos: el ejemplo de otros colegas de léxico rastrero a los que nunca se ha llamado a la moderación. Al contrario, hasta los que deben velar por las buenas costumbres son complacientes y cómplices de sus descargas sucias cuando les dan vigencia acudiendo a sus espacios como invitados. Hay ofensas en el vocabulario, en ademanes, gestos, acciones y hasta en la forma descuidada en que muchos, por cierto muy raros en su fisonomía, se presentan ante las cámaras o se expresan por las ondas hertzianas. Por Internet circulan dos segmentos que dan vergüenza. Y lo grave es que no los han colocado en los portales censurándolos, sino celebrándolos. Uno es la reacción furiosa de un conocido productor de televisión ante un comentario sobre él publicado en la prensa.  El hombre se incomodó a tal grado que sólo le falta echar humo y fuego por ojo, boca y nariz para ser un dragón. Dijo todo lo que quiso,  mientras uno lo ve atemorizado pensando que la filípica terminará en un infarto por el pique que parecen haberle ocasionado esas notas.  Termina su desahogo con un estruendoso ¡Sanantonio! Y ahí despiden la perla. El poema circula como si se tratara de un verso de amor, un chiste, un cuento de Blancanieves. El otro es el de un improvisado cómico, poco agraciado, con  apodo tan  repulsivo como su nariz, que echa veneno, molesto por las bromas que le hacen los técnicos.  Este es el progreso que se exhibe de los dominicanos. Los que tienen acceso a esa página tan visitada colocarán al criollo más allá del salvajismo. La televisión prácticamente se cualquierizó, no sólo con gente ordinaria, inculta, procaz, descomedida, sino tremendamente ignorante, tan irrespetuosa del público que pueda estar mirándola que acude a sentarse frente a las cámaras sudados, brillosos, despeinados, sucios, chorreando grasa, amén de sus depravaciones y descaros defendiendo abiertamente intereses personales y reclamando o agradeciendo dádivas. No hay planificación de contenido, ni coordinación ni producción. Basta con una silla y la capacidad de convertirse en mago del disparate.

En ese mal gusto, el impudor, la incultura y la incapacidad está envuelta la sociedad, a tal grado que a muchas generaciones se les están olvidando los modales y ya no hay forma de que conversen ni escriban con las palabras adecuadas.

Gerentes, oficiales de bancos, médicos, ingenieros, abogados, están contaminados con esas heces y los vocablos correctos se borraron de sus cerebros.  Esa es la realidad.

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