Media naranja
¿Santiago es Santiago?

<STRONG>Media naranja<BR></STRONG>¿Santiago es Santiago?

ÁNGELA PEÑA
Volver al lugar donde nació y creció siempre es  aspiración cuando uno sale aunque haya sido para vivir en otro vecindario. Siente curiosidad por ver los cambios en el barrio, los amigos, saber el destino de vecinos y familias. En cada corazón late un recuerdo, un susto,  un amor platónico, alguien a quien agradecer porque le defendió, ayudó o protegió en su infancia.

Los lugares de niñez o adolescencia son evocaciones permanentes en todo el ausente de su lugar de nacimiento. ¿Existirá? ¿Estará mejor o peor? ¿Qué habrá sido de Fulano? Son preguntas latentes en el recuerdo porque aquella es su gente primera, el referente de toda la vida, como son los primeros maestros y condiscípulos, calles y escuelas, curas y pastores, templos, locos, personajes de misterio.

 Es probable que Santo Domingo tenga más provincianos que nativos. Sólo hay que averiguarlo en Navidad, Semana Santa o fin de semana largo en las paradas de autobuses y en carreteras. Aun al margen de estas fiestas, muchos esperan ansiosos el viernes con la mochila lista.

La mayoría de las provincias conservan su antigua fisonomía. El viajero sabe que salió de la capital cuando visita Mao, La Vega, Higüey, La Romana, Bonao, San Francisco de Macorís, el Sur y hasta la misma Puerto Plata cuyos complejos turísticos no han opacado históricas edificaciones. San Pedro de Macorís es el de siempre, aunque de algunas obras memorables sólo quedan las ruinas.

Pero Santiago es otro. Es como una extensión de Santo Domingo con sus elevados y túneles, los mismos expendios de comida chatarra, las mismas universidades, supermercados y centros comerciales y en las plazas, casi todas las tiendas del Distrito. Boutiques con nombres regionales ofrecen igual mercancía que muchas capitaleñas, como si las dueñas fueran socias de una gran cadena. Para colmo, han derribado casi todas las antiguas casas convirtiendo los sitios donde estaban en amplios estacionamientos.

Quedan parques e iglesias, el Monumento, el Matum, el Mercedes, el río Yaque, la Ucamayma, el Pez Dorado, los cementerios y algunos coches que más que medio de transporte parecen adornos. Un santiaguero con veinte años fuera no puede dirigir a un foráneo porque choca o se pierde. La calle Del Sol, que era el placer de caminar, se ha transformado hasta de dirección. Santiago es otro. Por suerte, los santiagueros son los mismos: la gente más cálida, sociable, solidaria, buena.

Publicaciones Relacionadas