Media naranja
Solidaridad y oportunismo

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ÁNGELA PEÑA
Los dominicanos han demostrado una descomunal solidaridad hacia sus hermanos afectados por la tragedia. Estudiantes, sacerdotes, amigos y vecinos se han unido en la búsqueda de ayuda y hasta los que menos tienen han aportado medicamentos, ropa, alimentos, dinero, para  quienes quedaron sin nada tras el paso violento de la tormenta.

 Muchos se han conmovido hasta el insomnio, aterrorizados por las imágenes, estremecidos por los dramáticos casos de quienes han perdido, más que bienes materiales, a seres amados arrastrados por la presión de las aguas o la furia de los vientos.

 Sólo una partida de insolentes, descarados y afrentosos políticos han sido indiferentes a este inesperado infortunio de la naturaleza que no fue un plan de ningún bando en particular, ni del gobierno ni de la oposición.

 Cuando es momento de unir esfuerzos y voluntades para ir en ayuda de tantos niños, hombres, mujeres, ancianos en situación de dolor y desamparo, aparecen los indolentes de siempre  para hacer acusaciones sin sentido que no vienen al caso. Pero es grato escuchar a estos “fiscales” impenitentes, oportunistas tradicionales de la pesca en mar revuelto, para reconfirmar su insensibilidad, corroborar su verdadera vocación, comprobar que el bienestar y el destino del pueblo nunca han sido sus prioridades.

 Su interés es “fuñir” cuando están del lado contrario y esperar la oportunidad de hacerse millonarios a costa de esta misma gente vulnerable y sufrida.

 A ninguno se les vio unirse a una brigada de rescate, arremangarse la camisa para sacar del charco al prójimo o desafiar las lluvias para evacuar de la vivienda frágil a la desdichada familia que se hundía. Indiferentes, descansados, flemáticos, resplandecientes, frescos como lechuga se dedicaron a cuestionar desde la prensa si la oficialidad hizo, si se preparó, si los funcionarios jugaban dominó o andaban de parranda cuando asomó el desastre.

Dieron tanta pena, inspiraron tal rabia como  haber apreciado el robo y el asalto de los vivos contra sus mismos compañeros de infortunio.

El momento es de unidad, compasión, acción, de echar a un lado  banderías políticas y acercarse en una causa común: asistir a los que son nuestros hermanos más desfavorecidos. El tormento y la angustia de esos desdichados se prolongará por mucho tiempo, precisarán no sólo comida, medicina, vestido, refugio, sino la inmensa comprensión, el infinito amor y apoyo moral, incondicional, de los que se sienten  sus compatriotas.

Se sabe que la mayoría de los políticos son  insensibles que sólo se rebajan al nivel de los de abajo cuando están en campaña, pero fue bueno escuchar sus necios discursos para reafirmarlo. Tampoco sorprendieron comunicadores que los apoyaron. Pocos ignoran cuál es su verdadero oficio, aunque se llamen tales.

 Resta pedir que las aguas vuelvan a su nivel y muchas bendiciones para los que  desinteresadamente están integrados a equipos voluntarios de colaboración de toda índole.

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