MEDIA NARANJA  
Un Haití grande  

MEDIA NARANJA  <BR><STRONG>Un Haití grande</STRONG>  

ÁNGELA PEÑA
En vez de un Nueva York chiquito, este país se ha convertido en un Haití de grandes proporciones, no sólo por la extrema cantidad de haitianos de todas las edades y sexos que nos invaden sino también por muchas costumbres que dejan la impresión de que vivimos en esa mitad de la isla.

Hace unos años asistimos en viaje de investigación histórica a Cabo Haitiano, Petionville, Puerto Príncipe y otros lugares haitianos y aunque estuviésemos en el sector más privilegiado, exquisito, distinguido, lujoso, nos acosaba un ejército de pedigüeños a la entrada, la salida y hasta mientras almorzábamos. Ahora se trasladaron a la República.

La capital de ese hermano país parecía en algunas zonas un enorme mercado porque todo se vendía a la intemperie, al toma y daca, el menudeo, el detalle, incluyendo  alimentos, ropa, dulces. Así estamos aquí. Por donde quiera que hay un centro de reunión de mucha gente como hospitales, universidades, construcciones, escuelas, edificios gubernamentales, hay desfiles de vendedores ambulantes con mercancías de toda variedad.

Santo Domingo es una gran feria. Y ahora que el Metro ha convertido el Distrito en una sola obra de construcción, los buhoneros se han multiplicado. En la más preciosa avenida hay improvisadas fondas con pailas de espaguetis, moro, tostones, arroz con leche, salchichón frito, huevos duros, yuca hervida, arroz blanco, habichuelas, salchichas aceitosas, casabe y chicharrón crujiente que consumen feroces los obreros.

El panorama de habilitados comercios se ha acrecentado en los lugares donde las comesolas diandinescas rompen piedras y dragan la tierra. El tramo de la Correa y Cidrón, entre la Ortega Frier y la Alma Mater, es un difuso, continuado, frecuentado y demandado cordón de expendios de jugos, frutas, botellitas de agua, galletas, dulces, mentas, conconetes, gaseosas, maduritos, papitas, hojuelas de maíz y otras ventas que tienen clientes asegurados entre los estudiantes de la UASD y los pacientes del Instituto Oncológico y sus acompañantes. En esa calle trabajan para el Metro y todos se han concentrado en una isleta en el centro de la vía. Para transitar por el trecho que ha dejado ese trote hay que encomendarse a la Santísima Trinidad para no estropear a los que cruzan en busca de un pedazo de piña, un guineo, un café con leche, una arepa o un yun-yun. Todo cubierto con el polvillo que despiden los aparatos de dragado.

Estamos empolvados de pies a cabeza si caminamos por esos predios, Gascue, la Máximo Gómez, José Contreras, Independencia, la Plaza de la Cultura… la Capital. Si no, los vehículos se tiñen del crema o amarillo que emerge del suelo,  según el sector donde horadan.

A esto se agrega el muy viejo problema de las madres con sus niños en brazos en cada semáforo tocando la ventanilla del automóvil, mendigando centavos, el pregón del “mañé” promoviendo sus reparaciones y oficios y todo el creol y el patois que despierta a la vecindad anunciando el inicio de las tareas de edificaciones privadas y públicas en donde es superior la mano de obra haitiana.

Estamos ubicados en la parte Este de la isla. Pero parece como si viviéramos en Haití.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas