Media naranja
Una muerte lamentada

<STRONG>Media naranja<BR></STRONG>Una muerte lamentada

ÁNGELA PEÑA
La voz infantil era conmovedora, triste. El accidente lo estremeció aunque por su corta edad todavía no le había tocado que doña Daisy fuera su maestra.

“Yo quiero que tú escribas de esa profe, era muy buena y eso no se puede quedar así”, me pidió Frank Frías Dipp, un alumno del Apostolado que a pesar de sus escasos años se comporta, piensa y se expresa como adulto. Invadido por la pena pidió a su familia que me llamara para contarme la tragedia.

 Tanto como ofrecerme una primicia, Frank entiende que la prensa es un medio eficaz para reclamar justicia, porque su clamor ingenuo, además de dolor, reflejaba esperanza. Reiteraba: “Y yo quiero que tú escribas de eso. Eso no debe quedar así”.

 Parece que el día después del suceso, en el Colegio no hubo tema de conversación que no fuera relatar y lamentar la trágica e inesperada partida de la abnegada educadora que encontró la muerte al cruzar la avenida 27 de Febrero en la intersección con  Ortega y Gasset. Vivía cerca, por eso suponen que quiso hacer a pie la diligencia de llevar a reparar un calzado. Frank cuenta que “la atropelló un motorista y quedó con vida, pero entonces le pasó por encima una yipeta y la mató”.

“Un ex alumno lo vio todo -manifiesta- la recogió y la colocó en la acera, pero ya era tarde”. Es la descripción que ese anciano de ocho años que cursa el quinto curso, escuchó de otros compañeros de grados superiores.

 La consternación embargó al Colegio del Apostolado, donde estudian los hijos de otros amigos comunes, porque más de un padre o madre anunció la tragedia y la decisión de acompañar a sus apesadumbrados menores a los funerales.

 “Ella cruzó bien. El semáforo estaba rojo para los carros, el motorista se metió mal, y ahí mismo cambió la luz y arrancó la yipeta”, explica Frank alegando que la apreciada maestra no violó las condiciones del semáforo.

 Varios días han transcurrido y esta comunidad educativa sigue sumida en la pena. Se trataba de una maestra de muchos años en el centro escolar,  admirada por su capacidad profesional y por el amor y el cariño que profesó hasta a los que no fueron sus discípulos.

  El irrespeto a las leyes de tránsito, la prisa de los conductores, la indolencia e irresponsabilidad de los victimarios, la ausencia de espacio para el peatón se conjugan  llevándose vidas útiles, como la de doña Daisy.

Tal vez su destino fatal propicie la construcción de un puente peatonal en el tramo que le arrancó el aliento.

Ojalá que sus acongojados alumnos, compañeros de magisterio y familiares, encuentren  fortaleza frente al repentino trance.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas