Media naranja
Víctima de un atraco

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ÁNGELA PEÑA
Este país parece una pantalla gigante en la que se proyectan películas de terror y de suspenso en tanda corrida,  a todo color, como en autocinema o en sala cerrada, grabadas en interiores o en espacios abiertos, filmadas en cuarta dimensión porque los ciudadanos se involucran en las tramas. Si tuvieran directores y productores no resultarían tan magnificas.

 Un dominicano cualquiera puede encarnar el papel de víctima, espectador, protagonista, villano o héroe.

Probablemente le toque actuación estelar, secundaria o fugaz. Depende. La obra, podría iniciar feliz o entrar con la emoción fatal desde el principio.

 Porque un día uno se levanta con toda la alegría desbordando, preparándose con bríos para el trabajo, guiando emocionado por el proyecto que ve desarrollándose con éxito, cantando como loco, y en cuestión de segundos el panorama se torna oscuro, las sombras arropan toda luz, la existencia se malogra sin dar lugar a un grito.

Una pandilla, dos motoristas, un tecato, un carterista, tres ladrones combinados para un asalto perfecto, un secuestrador, convierten en trágico final la belleza de un comienzo pletórico de esperanzas.

 El estruendo de unas balas, un inesperado corredero, el impacto de un choque, el cuerpo sin vida en un charco de sangre, convierten en obligado espectador de la tragedia al que compraba en la tienda, al que transitaba montado o caminaba silbando una canción.

 La delincuencia es un mal en evolución, un fenómeno moderno del que pocos escapan. Incertidumbre,  encerramiento, desconfianza, invaden al dominicano: el que no presencia la desgracia, la sufre, la ve por televisión, la escucha por la radio, se la cuentan.

 A Matilde Dargam la encontramos radiante, aportando con su acostumbrada espontaneidad datos biográficos de un antepasado. Lejos estaba de imaginar que dos días después sorbería el trago amargo de un atraco. Iba animada a visitar unos parientes y al bajarse del carro la arrastró un ratero para llevarle la cartera.

Tendida en el pavimento fue tal su inconsciencia que pensó que había sido atropellada por un auto. Magullada, herida, dio gracias a Dios porque sobrevivió. Si se percata de que estaba siendo víctima de dos maleantes, tal vez hubiese perdido más que la cartera y recibido unos golpes. A otros los matan aun sin oponer resistencia.

 En muchos casos, los mismos agentes policiales resultan ser cómplices o reales villanos de este festival de violencia interminable.

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