Cuatro décadas han transcurrido desde que una dolorosa tragedia sacudió el alma nacional, abriendo los ojos y oídos del país hacia la importancia de la Patología Forense como instrumento social, legal y científico.
Ya sea en el accionar cotidiano o en situaciones que enlutan a miles de familias, esta disciplina ha demostrado su valor sublime.
Como bien reza el dicho: «Nada es real hasta que es local».
A diario, leemos sobre hecatombes naturales provocadas por el cambio climático o sobre las víctimas de guerras en distintos continentes, pero es cuando la tragedia nos golpea en casa que comprendemos su verdadero impacto.
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El desplome del techo de un edificio en la capital dominicana durante un concierto musical en la madrugada del 8 de abril de 2025 —un evento repentino y estrepitoso— ha dejado 234 fallecidos por aplastamiento.
Fueron necesarios cinco días de trabajo intenso para que los equipos forenses lograran identificar a cada una de las víctimas.
Este suceso puso en evidencia tanto las debilidades como las fortalezas del sistema médico-legal dominicano.
Desde el asesinato del banquero Héctor Méndez en enero de 1985 hasta el incendio de la cárcel de Higüey en marzo de 2005 —donde 136 reclusos perecieron—, hemos insistido en la necesidad de contar con infraestructuras adecuadas para preservar cadáveres en emergencias masivas.
Lamentablemente, otras prioridades han ocupado la agenda de los gobiernos de turno.
Hoy es propicio reiterar la urgencia de edificaciones modernas, equipos avanzados y personal bien remunerado para enfrentar los retos de la era de la Inteligencia Artificial.
Aunque enarbolamos con orgullo nuestro desarrollo turístico, ¿cómo responderíamos ante una tragedia aérea, marítima o terrestre que cobrara la vida de decenas o cientos de visitantes?
Más vale prevenir que lamentar. Debemos prepararnos para lo peor y celebrar si nunca ocurre. La vida es una caja de sorpresas, como bien ilustra el mito de Pandora.
Nunca es tarde para empezar; los mortales siempre tendremos un mañana, y es nuestro deber orientar los esfuerzos hacia él.
Dejemos a las próximas generaciones un legado de acciones concretas que permitan enfrentar las vicisitudes que las crudas estadísticas revelan.
Conocer el ayer es tarea de la historia; trabajar con visión futurista es función del presente. Invertir en recursos estatales para una sociedad más humana y solidaria no es una opción, sino una obligación.
No esperemos otra tragedia para transformar el rostro precario de la medicina forense dominicana.