Medicinas

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Dentro de las muchas cosas que nos faltan está un laboratorio, que sea capaz de determinar si los medicamentos que se venden en el país, tienen las dosis correctas de los componentes que dicen en sus etiquetas. Si las dosis son correctas, el medicamento es bueno y sirve para curar. Si las dosis no son las que dice la etiqueta y lo que manda el tratamiento, la medicina no sirve.

Así de simple es la cosa.

¿Qué ocurre en la realidad?

En la Secretaría de Estado de Salud Pública se reciben muestras de los medicamentos avaladas por la información que le sirven los interesados y aquí se le otorga el registro que permite la venta del medicamento con receta, si es preciso y libremente si no requiere la prescripción de un médico calificado y autorizado. En una palabra: no hay garantía de que el medicamento que se compra en una farmacia cualquiera sirve para tratar el padecimiento para el cual fue prescrito. Tampoco se sabe si es falsificado.

Eso se parece a los artículos que se compran en un supermercado cualquiera, especialmente las bebidas y productos extranjeros: nunca se sabe si pagaron los aranceles (impuestos) aduanales.

El hecho de que los licores y bebidas tengan un sello de Impuestos Internos, sólo indica  que pagaron un tributo menor que se aplica a toda bebida espirituosa, ello no garantiza que se cubrieran los impuestos para introducir la mercancía al país.

En el caso de los medicamentos la situación es más grave: se trata de productos industrializados que sirven, supuestamente, para el alivio o erradicación de determinadas enfermedades.

Hace seis o siete años en España ocurrieron varios casos de jóvenes que murieron después de consumir, por primera vez, la sustancia prohibida conocida como éxtasis. ¿Qué había ocurrido? ¿Por qué unos jóvenes murieron luego de un concierto de música moderna y otros no, aunque todos hubieran consumido éxtasis?

La explicación de las autoridades estuvo en la fabricación en laboratorios sin control de calidad, que mezclaron mal los ingredientes y pusieron mayor cantidad de la droga, lo que causó la muerte de los jovencitos. En otros casos se ha comprobado que medicamentos falsificados no contienen la cantidad debida para el tratamiento, control y curación de una u otra enfermedad.

Nos dejamos llevar por una etiqueta vistosa y una información en lengua extranjera, que habla de una mezcla de ingredientes que desconocemos. En el país no hay en manos de las autoridades, un laboratorio capaz de descomponer el medicamento y determinar que las cantidades de los distintos ingredientes son los debidos. No sabemos.

Nos llevamos de etiquetas. Lo peor del caso es que se descubren medicamos falsificados en farmacias y no se somete por homicidio a los que importan tales productos ni a los farmacéuticos que los venden. ¡Caramba, qué cosa!

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