Medida del crecimiento

Medida del crecimiento

Las autoridades públicas dominicanas exhiben orgullosas, año por año, la tasa de alto crecimiento económico del producto interno bruto. Por estos días se anuncia la contratación de dos empréstitos –entre otros varios- para construir dos represas hidroeléctricas. Cuando el año entrante saquemos las cuentas, esas dos inversiones serán parte del crecimiento de la economía dominicana. Cabe la interrogante: ¿lo son? En cierta medida puede responderse afirmativamente, pues ambas hidroeléctricas se volverán un bien de capital para los dominicanos.

Lo pesaroso es que las inversiones no derivan de ahorros internos, sino externos. Por tanto, desde que se inicie el proceso de pago de ambos préstamos, se volverán una pesada carga para el presupuesto. Y cuanto es peor, de los abonos a esas deudas, la parte de pago de capital se registrará como inversión pública. Únicamente el pago de intereses se computará como gasto corriente.

Crecemos, con números arrolladores. Pero mirando cómo, en la misma medida se endeuda el Gobierno, podemos estar seguros que crecemos por los recursos ajenos. Y ese tipo de crecimiento no es sano, pues el servicio de esa deuda, más temprano que tarde, se torna un enorme pesar para la economía nacional. De hecho, desde hace varios años, lo que se paga a los acreedores externos se lleva alrededor del cuarenta por ciento del presupuesto público.

Ese crecimiento se volverá desarrollo, eventualmente, como vemos, al precio de la tranquilidad fiscal. Porque el crecimiento refleja un registro contable que, dilatado –en el sentido de la expansión- en el tiempo, se torna obra social. Pero también se torna un lastre económico y una rémora financiera para el tesoro público. ¿A qué precio, por consiguiente, se consigue un desarrollo que pende del endeudamiento externo?

 Algunos de tales préstamos, justo es admitirlo, pueden ser base de desarrollo humano. Porque, como el actual Gobierno depende para toda inversión de recursos externos, muchas construcciones que elevan la calidad de vida de zonas del país, satisfarán anhelos comunitarios.

Cuando esas inversiones generan alguna forma de bienestar colectivo, hay desarrollo humano. Aunque la inversión haya dependido de ahorros, públicos o privados, externos. El lastre de esta política de inversión se le deja a las futuras generaciones.

Como nos dejaron nuestros abuelos la famosa deuda pública del siglo XIX  que, con el andar de los días, fue justificación a la invasión de 1916.

Hoy son otros los tiempos y el incumplimiento de obligaciones financieras no motivará otra invasión. Pero será causa de mayor subdesarrollo. Salvo que, con ahinco, salgamos en procura de moras seculares o de condonaciones de deuda ¡para seguir registrando crecimiento!

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