Mediocridad

Mediocridad

VLADIMIR VELÁZQUEZ MATOS
Si hay un mal grave en nuestra sociedad, un verdadero cáncer o agujero cósmico de esos que engullen a toda la materia estelar, pero que en este caso se traga todos los valores, los logros afianzados y todo lo positivo de lo que podríamos vanagloriarnos, tal como el dios cronos devora de manera inmisericorde a sus propios hijos, ese mal es la mediocridad; esa actitud de la que hablaba José Ingenieros en su magnífico tratado, y que al parecer, al estar tan a flor de piel como el mismo sudor nos inmoviliza en el limbo de la desidia y el conformismo.

Es muy duro tener que observar, tal y como ocurre en la actualidad con todo el cuerpo social de la nación cómo instituciones que, por muchos años, fueron los baluartes donde se presentaban los artistas y compañías nacionales y extranjeras más relevantes, haya caído a un nivel tan bajo como ha caído el Teatro Nacional, y más recientemente, su hermano gemelo, el Teatro del Cibao, con presentaciones que están muy por debajo de la dignidad que esas instituciones se merecen.

Y es que estando de acuerdo o no con que presenten los artistas populares (aunque personalmente creemos que dichos escenarios fueron erigidos para el arte clásico, el llamado «arte culto» y no el populachero), no dudamos que haya artistas del renglón que son merecedores de presentarse en esas salas como serían Alberto Cortés, Joan Manuel Serrat, Danny Rivera, Tania Libertad, Juan Luis Guerra, Maridalia Hernández, Luchy Vicioso, Fernando Casado y tantos otros excelentes cultores del género, creemos que es inadmisible que a cualquier Juan de los Palotes, por muy pegados que estén en la radio o la televisión, o en la mente de cualquier promotor, se les haga merecedores de tan digna plaza, la cual siempre, fue la meta más alta de los artistas de nuestro país, y que, de un tiempo a esta parte, se permitan esos adefesios, amén de confundir al público dominicano del porqué pueden esos «señores» (los merengueros y bachateros) presentarse en sus auditorios, justificando al hecho con conceptos espurios que más o menos rezan con la siguiente perla proferida en un medio de comunicación: «para que un merenguero o bachatero tenga la oportunidad de tocar en nuestra sala tiene que arreglar sus composiciones con orquestaciones sinfónicas, pues ello le dan mayor calidad a la pieza y al espectáculo siendo signo del Teatro Nacional…». A ver si a las bazofias que escriben todos esos analfabetos con «pollitos y venados» juntos, por más maduras cuerdas y metales se les pongan, por más arreglos polifónicos y de contrapuentos se les escriban, y aunque las mismas batutas resucitadas de un Toscanini, Füstwängler y Karanjan las interpreten, no seguirían siendo lo que son, es decir, pura y simple basura.

Es como hemos señalado en otras oportunidades que por más tapa de lujo y papel de calidad se editen las ridiculeces de Corín Tellado o Bárbara Cartland, jamás en la vida se parangonarán a las obras de Homero, Cervantes o Tolstoi, aunque se presenten en humildes ediciones en rústico de bolsillo, pues el asunto no es la envoltura sino el contenido.

Logros serían si de verdad se hubiera promovido el arte y la cultura, con una verdadera política cultural coherente en donde los valores universales del arte y la belleza fueran los únicos promovidos, como real y efectivamente debieran ser como cuando el Teatro Nacional, muchos años atrás tenía sus temporadas líricas con un nutrido número de operas famosas y no como ahora, con una sola ópera por año como para que no digan, además que se presentaron las más grandes intérpretes que venían aquí en sus giras mundiales, como un Jorge Bolit, Claudio Arrau, Zribin Metha, Margot Fontayne, Alicia Alonso y el Ballet Nacional de Cuba, Norma Leandro, Claudio Brook, Atahualpa Yupanki, el Ballet Real de Dinamarca, la Orquesta Sinfónica de Moscú, la Antología de la Zarzuela, el Ballet de Caucaso, el Teatro Negro de Praga, e infinidad de artistas y compañías que en estas cuartillas serían prolijo y enumerar, y que conforman nuestra base cultural sin tener que salir del país pues la mayor del mundo venía a ricalar en ese otrora gran templo de la cultura.

Por último queremos hacernos eco ante una barbaridad corrida hace unas semanas en el Teatro Cibao, en donde una figura prominente del folklorismo y la vulgaridad, se le permitió presentarse allí profiriendo sandeces y pestilencias verbales dizque en una función teatral que, además de arrabalizar una sala no apta para cuentos pornográficos y veladas de mal gusto, zahirieron la sensibilidad de muchas personas que huyeron en estampida ante aquel nauseabundo estercolino.

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