Meditación bifurcada

Meditación bifurcada

Todos los años, al llegar la Semana Santa, algún sacerdote católico, un pastor protestante, nos recomienda “recogimiento” y reflexionar sobre el sentido último de la vida. El llamado “horizonte de las ultimidades” sugiere anticipar, imaginativamente, el fin de nuestras vidas. En últimas cuentas, la muerte de Cristo en la cruz es el centro de toda la liturgia de la Semana Mayor. Desde el punto de vista religioso, lo primero -y lo último- es siempre nuestra relación con la divinidad. Los judíos establecieron con Dios una “alianza” de carácter moral. Esa alianza ética, renovada en el Nuevo Testamento, es la nota fundamental del monoteísmo desde el punto de vista antropológico.

Sin duda es muy importante meditar acerca de la vida y de su acabamiento. ¿En cuales tareas debemos emplear nuestras vidas? ¿Hacia qué finalidades deben tender nuestros esfuerzos? ¿Es posible dar a cada vida un sentido misional? En una época como la nuestra, anegada por la “desacralización”, estas preguntas parecen ociosas. En las “sociedades consumistas” de hoy, lo primero es la búsqueda del dinero; lo segundo, perseguir el placer; lo último, el alarde y la ostentación. Para muchísima gente de nuestro tiempo, la muerte es un problema del cual deben ocuparse las viudas, las compañías de seguros, los albañiles de los cementerios.

Creo que es pertinente y reparador ese “recogimiento” de estos días; y más estimable y valioso aún es establecer “prioridades y ultimidades”. Las actitudes morales están dirigidas por el “deber ser”; por aquello que es correcto y conveniente para la persona, la familia, la sociedad. El pensamiento moral incluye los individuos y sus prójimos. Las actitudes políticas, en cambio, son gobernadas por el “poder ser”. El objetivo central de los intereses mercantiles es el puro enriquecimiento individual.

Nuestras vidas personales pueden encontrar sentido, último y primero, en la familia, en la realización de metas de índole profesional; en esos campos es posible conciliar el “deber ser” con el “poder ser”. Pero las exhortaciones de estos días abarcan lo personal y lo social; una buena parte del “recogimiento” de Semana Santa deberíamos dedicarlo a pensar en cómo podemos mejorar la vida colectiva en la República Dominicana. Misiones de esta clase no estarían lejos del Evangelio.

 

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