Meditación de Noches Buenas

Meditación de Noches Buenas

JUAN D. COTES MORALES
Es diciembre. Vamos a celebrar la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo. Por tradición, un día antes, es la «Noche Buena». Mucha gente ha sido poseída siempre por los mágicos efectos que  producen en el alma estas festividades. Todos queremos demostrar en la mesa la prosperidad y la abundancia. Es justo, después de una jornada de trabajo honrado, hacer un alto para entregarnos en cuerpo y en espíritu a compartir lo que la felicidad produce, sentirnos abonados de la Gracia Divina y un poco multiplicadores de panes y de vinos. Sin embargo, a todos nos preocupa que las desigualdades sociales, hace mucho tiempo, hayan influido en la distribución de las riquezas materiales y la escasez y la abundancia hayan establecido diferencias de clases.

En verdad, es muy triste no disponer una mesa para reunir a la familia y a los amigos que también forman parte de ella.

Pero más triste aún es dejar que del alma se apodere un sentimiento de frustración.

Todos hemos tenido en la vida más de una vez una «Noche Buena» involvidable.

Naturalmente, ellas no han formado parte de la tradición.

Han participado menos personas, han sido más íntimas, y aunque no haya sido así, en todas ha estado el milagro de la Natividad, la Vida y la Resurrección del Salvador del mundo.

Jesucristo nace cada día en muchos corazones abonados de la Gracia Divina.

Jesucristo vive cada día en muchos corazones abundantes de entendimiento, paz, comprensión, humildad y amor.

Jesucristo resucita cada día en muchos corazones agradecidos que se creyeron huérfanos porque no habían recibido el aliento necesario para nacer a una nueva vida, para encontrar el camino de la verdad eterna y acogerse al dictamen del Padre Celestial renunciando a los placeres de la vida terrenal.

Cuando a los padres les nace el primer hijo, hay para ellos una «noche buena» pletórica de vida.

Cuando los novios se dan el primer beso y se comprometen a unir sus vidas, hay para ellos una «noche buena» jubilosamente tierna, dulce y hermosa.

Cuando dos seres tomados de la mano se juran amor hasta la muerte a través del matrimonio, hay para ellos una «noche buena» honrosa, desafiante, orgullosa.

Cuando los jóvenes por el rigor de los estudios reciben sus primeras calificaciones de aprovechamiento, o se invisten en las escuelas superiores o en las universidades, después de agotar las jornadas más luminosas de sus vidas, hay para ellos una «noche buena» certificada por la dignidad y la honradez con que habrán de ejercer la profesión de sus propias vidas.

Y en fin, cuando todos adquirimos conciencia de la plenitud de la vida para disfrutarla sin limitaciones, se producen en nosotros, como por encanto, significativos cambios para administrar el tiempo de la manera más provechosa y útil, para dirigir y llenar todos nuestros actos de prudencia, esperanza y amor, y para que la humildad y el bien residan en nuestros corazones definitivamente.

Las noches buenas han de ser celebradas para guardarse celosamente en el alma y nadie debe empequeñecerse, ni subestimarse, ni sentir remordimientos por no participar con veleidad de la lujuria y de los vicios sociales.

Para poder disfrutar de la abundancia debemos adquirir conciencia de la escasez.

La situación económica que mortificantemente estamos sufriendo todos no le permite a nadie dedicarse a la algazara y al derroche.

Demasiado nos cuesta el pan de cada día para votar muchos panes en un solo día.

No es digno, no es honesto, no es honrado.

Es un exceso que puede conmover la Voluntad Divina e inspirarle reflexión y castigo.

Seamos abundantes en la meditación sobre las riquezas espirituales y morales y nos sentiremos siempre satisfechos aunque estemos llenos de carencias y en la más absoluta pobreza.

Seamos abundantes en la oración de paz, en la comunión de paz y estaremos compartiendo con Dios las bondades de su reino prometido por Jesucristo.

Recordemos, Dios es la Dádiva y el Dador.

Aprendamos: Darle a un pobre es pedirle prestado a Dios.

Amén.

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