Meditación en el parque

Meditación en el parque

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
He nacido en el lugar equivocado y procedo de padres “irregulares”. Mi madre húngara lo era hasta la médula; mi padre español amaba incluso las deformidades del alma española. Aceptaba su españolia íntegramente, con oro, piedras y basura. Digo que fueron “irregulares” porque no es frecuente que vivan juntas personas tan diferentes como lo fueron mis padres. Vivieron armoniosamente, en una relación de contrapunto perpetuo, de continua sorpresa mutua; reían ambos a causa de las particularidades de cada uno y las aceptaban amorosamente.

Mi padre aprobaba la tozudez irracional de los anarquistas españoles; era un hombre de pensamiento riguroso, una suerte de científico moderno que, no obstante, admiraba la conducta de los santos medievales. Él acompañaba a mi madre a la Catedral de San Esteban Rey; ella celebraba sus efusiones acerca del teatro negro de Praga; toleraba que mi padre despotricara contra los clérigos y los políticos. Tal vez sea un disparate decir que alguien pueda nacer “en el lugar equivocado”. Lo esencial es nacer y eso es suficiente. Uno nace donde nace y se acabó. Pero la gente de Europa central se parece a las flores que brotan alrededor de los cráteres después que los volcanes se apagan.

– Las convulsiones sociales de nuestro tiempo hicieron posible que una dulce mujer húngara se enamorara de un atrabiliario español de áspera bondad. Agradezco a ellos los cuidados que me prodigaron, la manera emocionada con que me abrazaron siempre, el empeño que pusieron en mi educación escolar. Cada vez que siento mi vida amenazada, a la deriva, o la inminencia de una decisión conflictiva, pienso en ellos y veo sus caras cerca de mí. Eso me ayuda a obrar con energía y acierto. En Cuba se menciona el Imperio Austro-húngaro como un simple dato de la historia. Para los cubanos Habsburgo es solamente el apellido de una familia real. Mi madre pronunciaba ese nombre con crispación y temblor. Mi padre y mi madre se consolaban entre si cuando se mencionaban en la casa los asuntos políticos o las injusticias sociales. ¿Por qué tenían que morir tantos húngaros en Stalingrado? ¿Por qué los españoles tenían que huir de su tierra?

– Poco después de partir de Hungría leí en los Estados Unidos unos escritos del checo Milan Kundera. Los llevaba en el bolsillo y los leía mientras tomaba el desayuno. En uno de ellos se refería al resultado de las dos guerras mundiales; en 1918: “La destrucción del Imperio, luego, a partir de 1945, la marginación política de Austria y la no existencia política de los demás países hacen de Europa central el espejo premonitorio del destino de toda Europa, el laboratorio del crepúsculo”. Al leerlo la primera vez creí que era solo una expresión pesimista de un poeta frustrado, de un novelista demasiado reflexivo, quizás teñida de cierto tremendismo artístico. Después leí, también en los Estados Unidos y en la misma época, otras opiniones de Kundera. Esta vez en conexión con las novelas de Flaubert y de Musil. Nos dice que en el siglo XX no esta de moda pensar; que existen hoy “tres posibilidades elementales para el novelista: contar una historia (Fielding), describir una historia (Flaubert), pensar una historia (Musil).” Añade que “la descripción novelesca del siglo XIX estaba en armonía con el espíritu (positivista, científico) de la época”. Y todas estas reflexiones de Kundera culminan en una afirmación sentenciosa a la manera antigua. “El novelista no es ni un historiador ni un profeta: es un explorador de la existencia”. Nos da, pues, un trozo de vida, un trozo de pensamiento, un trozo de historia… en un solo paquete. – En los tiempos en que salí de Hungría no sabia a que atenerme acerca de relatos y narraciones. Daba tumbos mentales. Dudaba sobre el camino mas adecuado para “explorar la existencia” que, siempre, es personal, colectiva e histórica. El nacimiento es definitivo, la vida es definitiva, la historia es definitiva. Nada es provisional; nacer, vivir, pertenecer a una sociedad, a una historia, nos marca de modo indeleble, nos define o caracteriza. Estoy en un parque de La Habana al que llaman de La Fraternidad, pensando en un mundo en el que no se ha disfrutado de fraternidad alguna durante un siglo. Quiero hacer un viaje de mas de mil kilómetros para conocer Bayamo y Santiago de Cuba; tendré que dormir en Camaguey, la ciudad de los tinajones; viajar con un desconocido desagradable, llamado Pimpollo, un nombre ridículo para un hombre viejo. La única nota de alegría y vitalidad será Lidia: cariñosa, tibia, olorosa, con un buen juicio biológico más exacto que la geometría, con más dulzura que el azúcar de caña. Gracias a mi padre pude conocer las ideas de un controvertido pensador español que trató de arruinar la monarquía. Este escritor estaba convencido que la razón en el hombre era un producto de la vida y de la historia. Llegó a decir – desafiando literatos y filósofos – que “la razón histórica no consiste en inducir ni en deducir sino en narrar”. Para entender todo lo que es propio de la vida humana es preciso narrarlo. La razón es narrativa y la vida histórica es como una novela. Si vemos a un hombre apuñalar a un transeúnte sin mediar palabra, nos parecerá un acto absurdo, repugnante o sin sentido. Pero si nos dicen que el hombre con el vientre perforado por el puñal violó la hija de diez años del agresor, entenderemos enseguida la causa del crimen.

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