Meditaciones de Semana
Mayor,Dios y Jung

<P>Meditaciones de Semana<BR>Mayor,Dios y Jung</P>

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Cada uno tiene sus ideas, sus sensaciones. Claras o no. Más bien, persistentemente obscuras, porque no sabemos nada de lo esencial sino parte de lo consecuencial.

¿Qué mantiene los planetas en “el vacío”? ¿Qué regula la vida en todos sus aspectos? ¿Qué mantiene un equilibrio, una ruta en el vertiginoso movimiento traslatorio de las inmensas moles que se desplazan por un espacio inmenso, tan inmenso que no podemos ni remotamente imaginar su dimensión móvil y descertantemente creciente?

En 1959, durante una entrevista al eminente psicólogo y psiquiatra suizo Karl Gustav Jung, transmitida por la BBC de Londres, se le preguntó si él creía en Dios. Su respuesta conmocionante fue: “Yo no necesito creer, yo sé” (“I don’t need to believe, I know”).

Jung luego comenta: “Una imagen arquetípica es como el retrato de un desconocido en un museo. Su nombre, su biografía, su existencia en general son desconocidas y por tanto nosotros admitimos que la pintura representa una persona que ha vivido antes, una persona real. Nosotros encontramos incontables imágenes de Dios, pero el original, Él, es inencontrable.

Para mí está fuera de duda que detrás de nuestras imágenes (de nuestras figuraciones) se oculta el original, el cual no está a nuestro alcance”.

Por supuesto, el rechazo a las aperturas al pensamiento abierto de Jung motivó que los seguidores de Sigmund Freud (que había sido su maestro) lo acusaran de “espiritualista”, mientras algunos teólogos lo acusaban de ateo.

Pero Jung, padre de la psicología de profundidades (psycholgie des profondeurs, como la bautizaron los franceses) llegó a hacer esculpir frente a su casa en Künsnacht, cerca de Zurich la siguiente frase: “Llámenlo o no, Dios estará ahí, estará presente”. Lo hizo grabar en latín: “Vocatus atque non vocatudeus aderit”.

Luego, rehusando aceptar cualquier juicio acerca de lo que tenía por grandes verdades, dijo: “todo lo que puedo decir en cuanto a lo Supremo Desconocido, no es para mí otra cosa que antropomorfismo arrogante”. Es decir, vana arrogancia humana. Porque, en verdad, somos muy arrogantes y vanidosos. Creemos que descubrimos los ocultos misterios fundamentales y sólo estamos jugando con superficialidades destructivas.

Rompemos el orden creado. Ahora se habla de una píldora de la inmortalidad. La gente viviría cientos de años si los científicos logran procesos que alteren los sistemas orgánicos naturales y partan en pedazos el mecanismo de la vida y la muerte. Jung ya había dicho que quienes se creen dueños de su destino, son realmente sus esclavos.

El poeta didáctico persa Saadi, por allá por el siglo doce, escribió en su célebre obra El Jardín de las Rosas que “El hombre que a todo trance quiere desafiar su destino, se condena a morir en un desierto sin ecos”.

Pero no se trata de recomendar una aceptación blanda a lo que aparentemente trae la vida. Se trata de hacer lo mejor posible con lo que se tiene.

Nuestro país ha sido bendecido con muchas buenas posibilidades, démosle uso. Confiemos en la realidad de Dios, que es bondad y bien, no odio y fuego… Limpiemos el alma. Fortalezcamos la confianza en que si apelamos a su ayuda para lo bueno, resultará como afirmaba Jung:

Dios estará allí, presente y actuante.

Dentro de mecanismos incomprensibles.

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