El expresidente de la República, Hipólito Mejía , propuso un cambio en la filosofía de la educación y en la necesidad de especializar nuevos maestros para que encaminen su práctica docente hacia la investigación y la experimentación.
Asimismo, demandó una profunda reforma de la educación superior que eduque en valores, y en la protección del medio ambiente, así como la preparación de los nuevos profesionales en áreas productivas y en carreras vinculadas al establecimiento de empresas y negocios. Mejía formuló una serie de propuestas y recomendaciones el pronunciar ayer tarde, el discurso de agradecimiento a la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña por haberle conferido el Doctorado Honoris Causa.
El Doctorado Honoris Causa es la máxima distinción que una universidad concede a un profesional, en reconocimiento a sus méritos y su trayectoria en el ámbito académico, científico o cultural; a sus valores, y a su especial vinculación con la universidad. Durante la solemne actividad el Arq. Miguel Fiallo Calderón, rector de la UNPHU, le hizo entrega al expresidente de la República Dominicana, los honores que son impuestos en este tipo de ceremonias.
El rector de la UNPHU explicó la importancia de la relación universidad y sociedad para la formación general y ejemplificó: “En este mismo escenario han compartido con nuestros profesores, estudiantes y público en general, los expresidentes Pepe Mujíca de Uruguay, Rodrigo Borja de Ecuador, Álvaro Uribe de Colombia y el propio Joaquín Balaguer y Juan Bosch. También el expresidente Leonel Fernández a quien, en el año 1995, se le otorgara un Doctorado Honoris Causa; y el actual presidente de la República Lic. Danilo Medina, nos ha visitado en dos ocasiones”.
“Aquí, en este mundo universitario, dijo, está la simiente de un proyecto de nación sustentado en el conocimiento, la investigación, la innovación y el espíritu crítico. Por eso, no debo concluir sin antes hacer las propuestas que, a mi entender, pueden servir para que esa simiente crezca como un árbol fuerte y saludable”.
“En primer lugar, propongo fortalecer la carrera de educación a los fines de que sus egresados adquieran la formación y la actitud necesaria para formar a nuestros ciudadanos de mañana con los conocimientos y las herramientas, que además de prepararlos académicamente, propicien su desarrollo personal.
“De igual manera, esos nuevos docentes deberán ser capaces de educar en civismo y valores, para así formar hombres y mujeres que se constituyan en habitantes de una nación que emplee el conocimiento para el ejercicio de las libertades públicas, la creación de instituciones independientes y la convivencia pacífica.
“En segundo lugar, las universidades están compelidas a investigar sobre temas prioritarios para el desarrollo, de manera que seamos capaces de implementar las innovaciones que necesitamos. “Ese esfuerzo, al día de hoy, debe estar vinculado a temas estratégicos, tales como la protección de las cuencas hidrográficas, los corales y la vida marina, el saneamiento del agua, la preservación de la capa boscosa, la generación de energía limpia y renovable, y el manejo sustentable de los desechos municipales, entre otros.
“En tercer lugar, es imperativo preparar a nuestros profesionales en áreas productivas que generen trabajo y empleo. Ese esfuerzo debemos dirigirlo tanto a las ciudades como hacia el campo, pensando de manera especial en las mujeres y los jóvenes.
“En cuarto lugar, propongo que en las aulas universitarias se fortalezcan las carreras vinculadas al establecimiento de empresas y negocios. “Las pequeñas y medianas empresas son vitales en el país. Apoyarlas sería beneficioso tanto para nuestros profesionales como para el conjunto de la nación.
“En quinto lugar, constituye una prioridad formar los recursos humanos necesarios para mejorar la capacidad de exportar con rentabilidad. “Por eso, debemos priorizar carreras tales como mercadeo especializado hacia la exportación, infraestructura de almacenamiento, idiomas, aspectos legales de la exportación, calidad y presentación de los empaques, cadena de enfriamiento, así como transporte aéreo y marítimo.
“Para tal fin, debemos capacitar los recursos humanos que nos permitan usar de manera eficiente las tecnologías de la información y la comunicación, mejor conocidas como las “TIC”. “En sexto lugar, por la importancia creciente del turismo, debemos estudiar formas de hacerlo más beneficioso para la población local, y asegurar modos de garantizar su sostenibilidad.
“En séptimo lugar, debemos atraer a empresas para que participen en el financiamiento de la investigación en las universidades. Los resultados de esas investigaciones servirán para la innovación.
“Ahora bien, por cuanto esas innovaciones deben ser patentadas, se requiere que las mismas sean protegidas legalmente, de forma que sus autores reciban los beneficios correspondientes. “Para eso, debemos aplicar el régimen de consecuencias a quienes vulneren esas patentes.
“En octavo lugar, para apoyar la investigación es imprescindible contar con profesores con formación del más alto nivel. “Por tal razón, debemos apoyar al personal docente universitario para que estudie a nivel de post grado en universidades que ofrezcan esa educación.
“Eso ya ocurre con muchos profesionales que cursan estudios en universidades extranjeras, tanto en la modalidad presencial como en la no presencial. “Por último, propongo que nuestras universidades mantengan y fortalezcan las carreras de ciencias sociales y humanidades.
“Los profesionales en estas áreas son imprescindibles para apoyar el rol crítico de las universidades, así como para cultivar el espíritu de la nación, fortalecer nuestra identidad, y educar en valores”. A seguidas se publica el texto completo del discurso del ingeniero Hipólito Mejía:
Agradezco profundamente la distinción que hoy me otorga esta pionera y prestigiosa casa de estudios.
Recibo este reconocimiento con la satisfacción de que, como hombre público, he puesto mi fe y he dado mi respaldo a la educación universitaria, y lo seguiré haciendo.
Hace cincuenta años, en un momento particularmente difícil para nuestro país, un selecto grupo de profesionales tomó la decisión de fundar la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, proyecto que alcanzaron a materializar en el año 1967.
En ese punto de inflexión para la República Dominicana, se debatía en la agenda nacional, como un tema crucial, el rol de la educación superior en nuestro desarrollo.
En aquella ocasión, al recibir la noticia del nacimiento de la UNPHU, me pregunté: ¿qué puede aportar una nueva universidad para lograr el avance de nuestra nación?
Hoy, medio siglo después de haberme hecho esa pregunta, estoy recibiendo, con genuina gratitud, el doctorado Honoris Causa de una universidad que ya tiene mayoría de edad y puede mostrar los significativos y grandes aportes que ha realizado al país.
La República Dominicana, obviamente, dista mucho de aquel país turbulento que era hace medio siglo. Sin embargo, vivimos ahora una coyuntura de transición especialmente compleja, donde se debate, una vez más, nuestro proyecto de nación. Por supuesto, la educación ocupa un lugar central en ese debate.
Por eso quiero, hablando como hombre público, hacer uso de esta significativa oportunidad para presentar al país, desde la UNPHU, mi visión sobre el papel de la educación superior en el desarrollo económico y social de la República Dominicana.
Para iniciar esta reflexión, por supuesto, el referente obligado es nuestro Pedro Henríquez Ureña, el intelectual y académico dominicano de más trascendencia internacional, cuyo legado honra con su nombre esta universidad.
En efecto, hace más de un siglo, en el año 1913, para ser exactos, Pedro Henríquez Ureña, hizo señalamientos que aún tienen vigencia, hoy día, al decir que:
“El concepto general de universidad es el de una institución destinada a cumplir fines de alta cultura y de cultura técnica…La Universidad sirvió desde su nacimiento a fines prácticos y en ningún caso ha logrado desentenderse de ellos por entero.”
De esa afirmación se deriva que las universidades existen dentro de un contexto social al cual deben articular su trabajo.
Hoy, la vinculación entre la teoría y la práctica en el mundo académico está referida a la responsabilidad que tienen las instituciones de educación superior de participar en la solución de los complejos desafíos económicos, políticos y sociales que tiene la sociedad.
En concreto, se espera que la educación superior, además de servir a los proyectos personales de los estudiantes y docentes, contribuya al bien común.
Pero ¿Cuáles de esos desafíos, en la práctica, demandan una contribución activa de la educación superior en estos momentos?
En primer lugar, el país necesita impulsar la productividad y el comercio exterior, a los fines de aumentar la competitividad en el escenario global. En tal contexto, la formación de los recursos humanos es clave para alcanzar ese objetivo.
Consecuentemente, la República Dominicana está compelida a mejorar su capacidad de generar conocimiento, aumentar la capacidad de innovar y ser eficiente. Para eso se requiere hacer un énfasis mayor en la promoción de la investigación.
De la misma manera, tenemos el desafío de formar mano de obra calificada y competitiva, a fin de convertir las ventajas comparativas en ventajas competitivas.
Asimismo, es imperativo que aseguremos la sostenibilidad del desarrollo, especialmente en lo que respecta al medio ambiente y los recursos naturales.
También existe la necesidad de crear oportunidades de trabajo y empleo mediante la educación inclusiva, equitativa, y de calidad.
Un desafío de singular importancia es el de trabajar para lograr la equidad social, reducir la pobreza, fortalecer la inclusión social, y dinamizar la movilidad social de los sectores menos privilegiados.
Por último, la sociedad dominicana, con el apoyo imprescindible de las universidades, tiene el desafío de impulsar el espíritu crítico en su reflexión sobre el presente y el futuro de la nación.
En este momento, esa actitud crítica debe estar necesariamente referida hacia el funcionamiento de las instituciones responsables de la protección del ejercicio pleno de los derechos ciudadanos, de la lucha contra la corrupción, de la aplicación del régimen de consecuencias y de la transparencia.
Esa vigilia crítica, que se hace impostergable, debe incluir todo lo referente a la creación de un marco institucional transparente que asegure, igualmente, un verdadero clima de seguridad jurídica al emprendedurismo y la inversión.
Esto quiere decir, señoras y señores, que de las universidades se espera que, además de formar profesionales competentes y emprendedores, sean actores claves en la construcción de la democracia social de derecho, consagrada en nuestra Constitución.
Es por esas razones, que muchos estudiosos del tema plantean que la educación superior tiene la capacidad de ser “el gran igualador”, y un potente creador de oportunidades, especialmente en países como el nuestro, donde persisten problemas estructurales que acentúan la desigualdad y quebrantan la sostenibilidad del desarrollo.
Por tanto, cabría preguntarnos ¿cómo se expresa hoy la relación entre la educación superior y la nación que queremos construir?
Para responder a esa pregunta, veamos algunas de las transformaciones que han ocurrido en el país desde que esta universidad abrió sus puertas.
En primer lugar, la economía dominicana ha crecido de manera consistente durante ese período. Ese crecimiento se sustenta en los importantes cambios experimentados por nuestros sectores productivos, incluyendo el comercio.
En ese período, nuestra economía ha visto surgir nuevas actividades, particularmente, el turismo, las zonas francas, las comunicaciones, la minería, las remesas y los servicios. Al mismo tiempo, se han multiplicado las medianas y pequeñas empresas y el comercio informal.
Junto a esos cambios, también hemos experimentado la transformación de la infraestructura de transporte, incluyendo nuevos aeropuertos; la diversificación y ampliación de los servicios de energía eléctrica; el aumento en la cobertura de servicios básicos, tales como agua potable, salud y educación, además del enorme dinamismo de las telecomunicaciones.
Ahora bien, un proceso inherente a esas transformaciones en la economía es la variación en la distribución de nuestra población urbana y rural.
En efecto, en el año 1970, cuando la población total era de unos cuatro millones de habitantes, el 60% residía en la zona rural. Hoy, en cambio, casi el 70% de la población vive en las ciudades. Es decir, que hemos pasado de ser un país esencialmente rural para convertirnos en una sociedad predominantemente urbana.
Al mismo tiempo, durante ese período, han ocurrido nuevos procesos migratorios. Eso se pone en evidencia con la salida de nuestra gente hacia otras latitudes, creando la diáspora dominicana. Del mismo modo, hemos visto la llegada de personas procedentes de diferentes partes del mundo. El resultado es que hoy somos un país emisor y receptor de migrantes, lo cual ha diversificado nuestro mapa socio cultural y étnico.
Cabe destacar que, durante estos cincuenta años, el incremento del turismo ha tenido un impacto extraordinario. Una evidencia de eso es que en el año 2016 recibimos la visita de 5.9 millones de turistas. Todos esos cambios han implicado, por un lado, la movilidad social de muchas personas, y al mismo tiempo, el surgimiento de uno de los dramas más importantes de nuestro país. Me refiero a la proliferación de los barrios pobres de nuestras ciudades, donde reinan la insalubridad, el desempleo y otros males propios de la pobreza urbana.
Una conclusión lógica derivada de estos datos es que nuestro crecimiento económico no ha contribuido a reducir significativamente la inequidad social. Eso constituye un desafío mayor para todos nosotros.
De cara a ese desafío, la educación está llamada a jugar un papel fundamental. Ahora bien, ¿Qué ha ocurrido durante ese tiempo en el mundo de la educación superior?
Es significativo recordar que nuestra primera universidad, la Universidad Autónoma de Santo Domingo, fue fundada en el año 1538, mientras que la primera universidad privada, la Universidad Católica Madre y Maestra, fue fundada en Santiago en el año 1962. Es decir, 424 años después.
Igualmente, la segunda universidad abierta en la capital, de las que hoy existen, fue la UNPHU, la cual abrió sus puertas en el año 1967, es decir 429 años después de fundada nuestra primera alta casa de estudios.
Estos datos históricos evidencian, por un lado, la arritmia de nuestro desarrollo, y por el otro, el hecho de que, durante más de cuatro siglos, nuestras actividades productivas no tuvieron el soporte del conocimiento, la investigación y la innovación que se genera en los centros nacionales de educación superior.
El precio que hemos pagado por nuestra incapacidad para innovar e investigar han sido cuatro siglos de estancamiento, no solo en lo económico, sino también en lo social y en lo político.
Nuestra actual debilidad institucional tiene su origen en ese estancamiento.
Sin embargo, es de justicia señalar que, antes del surgimiento de nuevas universidades, una buena parte de la educación superior recayó en instituciones de carácter técnico superior, tales como el Colegio Agrícola de Dajabón, fundado en el 1946; la Escuela Agrícola Salesiana, en Moca, fundada en el 1951, ahora en La Vega; el Instituto Politécnico Loyola, de San Cristóbal, en el 1952; y, por último, el Instituto Superior de Agricultura, de Santiago, fundado en 1962.
Dichos centros educativos, con su énfasis en las carreras de agronomía y artes industriales, dieron un apoyo significativo al desarrollo del sector agropecuario y a la emergente industria nacional.
Debemos resaltar que, al abrirse las puertas de la democracia, en el año 1961, un elevado número de estudiantes dominicanos empezó a estudiar en universidades del extranjero, incluyendo en la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
De igual manera, numerosos estudiantes dominicanos cursaron estudios en escuelas técnicas del continente, como la escuela de Zamorano, en Honduras.
Muchos de esos profesionales regresaron al país con estudio de post grado, a ejercer como docentes y a ofrecer sus conocimientos en empresas públicas y privadas.
Hoy día, el panorama de la educación superior es mucho más diverso. En efecto, según datos del 2015, en el país existen 49 instituciones de educación superior, con una variada oferta académica. En 25 de nuestras 32 provincias, funcionan recintos universitarios. Estos centros educativos totalizan una población de más de 460 mil estudiantes.
En este incremento extraordinario de centros de educación superior han participado tanto el Gobierno como el sector privado. Eso ha facilitado el acceso a la universidad de una población que antes estaba excluida por razones económicas, de ubicación geográfica, y de horarios, entre otras.