Mejoremos

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En estos días los partidos están ocupados en definir posibles alianzas estratégicas con otras fuerzas, con miras a las elecciones del 16 de mayo próximo. Las circunstancias del momento se encargarán de determinar si la alianza tiene la finalidad de sumar, restar o cerrarle el paso a contendores en la puja por cargos electivos.

Ha sido una característica de nuestra democracia el hecho de que estos ejercicios de estrategia sirvan para repartirse cuotas de poder que a algunos les ha servido, por ejemplo, para mercadear la moral a través de unos pasaportes oficiales puestos en manos indebidas.

Las alianzas estratégicas, por más que se alegue, no han tenido como agenda común de los negociadores el mejoramiento de la conducta y el ejercicio político y el fortalecimiento de la democracia, o para mudar del suelo hacia las butacas a niños escolares, o para ponerse todos a una contra todo lo que hiera la moral, la ética.

Nuestros estrategas no han puesto en sus mentes la idea de que las alianzas políticas sirvan para dar soporte a una agenda nacional, a un compromiso de respetar la continuidad del Estado y a fomentar normas éticas que comprometan a todos en común.

Por ser un ejercicio válido en la democracia, las alianzas no son censurables per se. Lo objetable es que su utilidad no está orientada objetiva y necesariamente al bien de quienes delegan y otorgan los poderes por medio del voto. Alguna vez cambiaremos.

Don dinero

Todo lo anterior parecería una reflexión injusta y generalizada sobre la conducta de los partidos, a no ser porque en el seno de estas organizaciones, precisamente, aparece aval para sustentar estas críticas.

Los procesos internos de selección de candidatos son por lo general competiciones en las cuales son frecuentes las malas artes. Dicho desde afuera parecería una infamia, pero no así cuando desde dentro se expresa, como lo ha hecho la precandidata a senadora por el Distrito Nacional, Minou Tavárez Mirabal, cuando expone sus temores de que la precampaña interna de los partidos degenere en una guerra de papeletas.

Nuevamente el recurso del poder económico se pone en juego no sólo para conquistar los votos y simpatías que la capacidad de trabajo y los méritos no han sido capaces de reunir, sino también para adquirir en propiedad, como mercadería cualquiera, las simpatías acumuladas por los contrincantes, desde luego, después de mandar al estercolero la dignidad de conmilitones.

Bajo esas premisas de ejercicio político es difícil aspirar a que la democracia sirva para algo más que sortear cuotas de poder entre los que más pueden, sin atención a los principios más sanos.

Mientras sean tan cuestionables los procedimientos de búsqueda de poder, es difícil pretender que las estrategias políticas puedan estar al servicio de los mejores intereses, para luchar de modo común contra las privaciones que hacen indignas las condiciones de vida de nuestra gente.

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