Melvin, atrapado en una terrible enfermedad que lucha por vencer

Melvin, atrapado en una terrible enfermedad que lucha por vencer

Ayer lo vi atrapado. Una mente en un cuerpo que no le responde. No se trata de un anciano con un cuerpo inmóvil por un derrame cerebral. Se trata de Melvin Montero (así lo registraron en el hospital Robert Reid Cabral), mas responde al nombre de Wilvin o Wirvin como le han llamado desde que nació hace poco más de 12 años, en su comunidad de Derrumbadero cerca de El Cercado, donde las provincias de San Juan y Elías Piña se encuentran, en una tierra como su nombre.

Ayer vi a Melvin. Y él me vio a mí. Y en un gesto de esperanza hizo señas para que le pasara su libreta y con su mano izquierda (siendo diestro), garabateaba unas letras para mostrar que Sí …que sí entiende. “Dios mío” escribió. Sin poder creer lo que leía, le pedí, “escribe mamá, Melvin” y lo hizo. Una “M” como las hermosas lomas que le rodean de Placer Bonito, una “a” minúscula con un palito que la definía muy bien, y luego, otra “lomita doble” (otra “m”) y de nuevo la “a”.

Ayer me impactó. El espíritu de superación y el deseo de vivir de Melvin me impactaron como no alcanzo a explicarme ni a mí misma. Mi mente no ha cesado, ni mi espíritu se ha callado dentro de mí. ¿Qué hacer? ¿Dejamos a Melvin aquí, en su casa, consumiéndose ante los ojos abrumados y agotados de Oliva, su madre, quien cuida de él con profundo amor y esmero, pero con limitaciones extremas donde la menor de ellas es su analfabetismo funcional?  Debemos dejar a Melvin en su casita de tabla de palma y piso de tierra, donde comparte la miseria de una familia que hasta hace unos días cocinaba, su única comida del día, en un anafe sobre leñas? ¿Dejarlo en un ambiente donde los animales y los hombres comparten una misma suerte?

Melvin era un adolescente sano y lleno de vida hasta hace unos meses. Casi trece años de una vida de libertad, yendo a la escuela rural con su comparsa de primos y maroteando peras, jobos y aguacates, carrereando gallinas y chivos, disfrutando del aire puro y la vista espectacular de las lomas pardas de su tierra desolada por la deforestación. Sus ojos aún muestran su alegría y deseos de vivir.

Mas hace unos meses, un día regresó de sus andanzas de muchacho con dolor de cabeza y se acostó temprano. Luego, amaneció con “un lado muerto” como dice su padre y entonces empezó el recorrido por los hospitales. Melvin estuvo primero en El Cercado, luego San Juan de la Maguana y en par de días fue referido al “Angelita”, porque “esto es serio y aquí no hay cómo resolverle”. Tras unas semanas en el hospital de referencia nacional para pediatría, le diagnosticaron encefalitis por toxoplasmosis. Tratamiento intrahospitalario con equipos multidisciplinarios de neurólogos, enfermeras, nutricionistas y hasta cirujanos (para resolverle las llagas generadas por los días interminables sobre una cama de hule).

Tras unos tres meses de tratamiento en el Robert Reid Cabral, sin poder coordinar sus movimientos y sin habla, fue despachado del hospital con sus tubos a cuesta (tubo de traqueotomía para respirar y un tubito en el estómago para pasarle los alimentos licuados). Quedó etiquetado como un enfermo crónico con secuelas graves y que ya no ameritan un tratamiento en el hospital y enviado a casa para que “su familia lo  atienda hasta que Dios quiera”.

La realidad ahora es que este joven no se da por vencido. Melvin pasa horas acostado y ratos en una silla, mas aún no es capaz de controlar su cuerpo, ni de hablar claro. Con el amor de su madre y el apoyo de su familia y vecinos, ha ido recuperando su capacidad para comunicarse señalando con el dedo cuando quiere algo y hasta dando instrucciones. Ya incluso guarda dineros en su bolsillo que le caen de un visitante u otro que pasa a expresar solidaridad y con quienes comparte las peras de su árbol.

Escribo estas líneas, porque hay que hacer más para ayudarle a recuperarse físicamente. Melvin mide 1.55 metros y pesa 22.5 kilogramos, su cuerpo está emaciado (piel sobre hueso). A pesar de las ayudas particulares su alimentación sigue siendo precaria y muy deficiente en proteínas. La falta de una terapia adecuada, además de su continua situación de indigencia afectan la recuperación de su cuerpo que va perdiendo masa muscular rápidamente.

Me pregunto si ahora con todos estos cambios en las instituciones del país y con los nuevos programas especiales para discapacitados pudiera haber una forma de ayudar a Melvin más efectiva que la que los afectos que él o sus padres generan localmente le puedan brindar en un momento tan crítico de su vida.

Confío en Dios en que a alguien al leer esto se le ocurra una idea o nos sirva de puente para conseguir toda la ayuda institucional y sistemática necesaria para sacarle de este tropiezo en su camino. ¡Queremos un Melvin que no esté atrapado y que sea feliz!

Como Melvin muchas personas caminan cada día con mucho menos de  lo que sus vidas necesitan. Está en que algunos cuantos de los que hemos sido más favorecidos nos dispongamos a organizarnos para hacer la diferencia y juntos terminar con la pobreza.

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