Memorable gratitud

Memorable gratitud

“Honrar honra”, así lo sentenció en las postrimería del siglo XIX el gran José Martí. La noche del 24 de junio de 2015 el Centro Médico Alcántara & González festejó su 50 aniversario. Como parte del personal de salud de dicho centro asistencial fui invitado a dicho acto. Me sorprendió que en un momento del evento fuera llamado al podium junto a otros colegas amigos. Me fue entregada una placa de reconocimiento que reza de la siguiente manera: “Al Dr. Sarita Valdez en mérito a sus 34 años de labor, lealtad, dedicación y trato humano”. Al tiempo de agradecer tan significativo gesto, aproveché la ocasión para relatar mi primer encuentro con el ahora octogenario propietario. Fue necesario mover las hojas del calendario en reversa hasta llegar a finales del verano de 1961. Era temprano en la mañana de un sábado cuando mi tía abuela me expresaba con mucho pesar la amarga noticia de que ya no sería posible seguir hospedando en su casa a este adolescente recién ingresado a la Facultad de Medicina de la Universidad de Santo Domingo. En aquel momento le imploré que no conocía otro familiar o allegado en la capital y que no disponía de recursos para mudarme. Expresó que le había resultado desagradable semejante decisión, pero que su hija la había puesto en el terrible dilema de escoger entre el sobrino nieto y ella, pues no soportaba mi presencia física en su hogar. Salí taciturno, chocado emocionalmente, sin rumbo, andando por la calle 33 Este del entonces ensanche Julia Molina, hoy Ensanche Luperón. Caminé unas tres cuadras en dirección sur y levanté la vista al cielo. Fue así que vislumbré el hospital Dr. Francisco E. Moscoso Puello. Sin pensarlo dos veces, penetré al lugar, e inmediatamente advertí la presencia de un joven galeno responsable del área de consulta externa y emergencia, quien verbalmente organizaba la fila de pacientes en espera de atención.

Ese profesional de la medicina resultó ser el Dr. Logingo Alcántara Casado. Le dije que era estudiante de medicina, pasando de inmediato a explicarle mi precaria situación. Sorprendido con mi edad y estatura cuestionó la veracidad de mi estado. Luego de mostrarle el carnet de identidad universitario me invitó a sentarme en una silla de los consultorios. Habló con la licenciada Dulce, encargada del Banco de Sangre, y ambos convinieron presentarme como técnico al Dr. Julio Brache, director del hospital. A la llegada del incumbente, el Dr. Logingo Alcántara me introdujo del modo siguiente: “Buenos días Dr. Brache. Ya le tengo solucionado el problema de los servicios nocturnos del Banco de Sangre. Aquí le presento al nuevo técnico que se encargará de dicho trabajo”. Me dieron habitación, comida, batas, lavado, planchado e incentivos, así como tiempo para asistir a las cátedras y prácticas en la Universidad. Mi bautizo de sangre vino la primera noche; llevaron a la emergencia a un pobre hombre que recibió una estocada por la espalda que le perforó un pulmón. Varias pintas del compuesto hemático fueron requeridas, las cuales se le administraron, sin que hubiera rechazo, o percance alguno por parte del receptor. El Dr. Alcántara arriesgó su confianza y prestancia a favor de este humilde servidor, y ese noble gesto perdura en mi cerebro y se mantendrá mientras tenga memoria.

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