Al llegar al entrañable Teatro Guloya, fuimos invitados a pasar al patio. Aquel lugar acogedor con sus inmensos árboles frutales y su “luna de pergamino”, nos transportó en alas de la imaginación a la casa de Federico García Lorca, en su amado pueblo Fuente Vaqueros, en la provincia de Granada, España.
Claudio Rivera nos había convocado allí para celebrar el 125 aniversario del nacimiento del poeta y dramaturgo, y en un coloquio ameno nos habló de su vida, de su obra, con intervalos en los que escuchamos en las voces de Patricio León, Mónica Volonteri y Lorena Oliva, poemas y fragmentos de obras de ese gran artista renacentista del siglo XX, Federico García Lorca.
El ambiente bucólico se saturó de los aires del “Romancero Gitano”, el embrujo del cante se apoderó de todos y entonces, fuimos invitados a pasar a la sala del teatro, donde continuaría la magia.
Puede leer: ¡Entre lágrimas! Arcángel celebra el éxito de su primer concierto
Elvira Taveras aparece en escena, y los recuerdos acuden inevitablemente, hace treinta y dos años, en el inolvidable Nuevo Teatro, vimos el estreno del unipersonal “De Lorca”, a cargo de esta gran actriz, de la que dijéramos en nuestra crítica: “Se coloca Elvira Taveras como una estrella de primera magnitud en el firmamento de la escena nacional -Ultima Hora, 2 septiembre de 1991-. Dieciocho años después -2009- en este mismo escenario del Teatro Guloya, volvimos a ver a Elvira en este unipersonal, y hoy como ayer, esta artista logra emocionarnos, sorprendernos por su capacidad creativa que no se detiene.
Luego de un pequeño preámbulo expositivo, la actriz poseída de duende, “ese poder misterioso que ningún filósofo ha podido explicar, al decir de Goethe”, se convierte con movimientos desenvueltos a ritmo de farsa, en la encantadora zapatera de la obra “La Zapatera Prodigiosa”.
En un cambio de ambiente y carácter, Elvira se transforma en “La Poncia”, figura antagónica de la obra postrera de Lorca, “La Casa de Bernarda Alba”.
Este personaje cargado de odio y resentimiento, amargado y postergado, pero lleno de sabiduría y sensatez, permite a la actriz recrear un momento de gran intensidad, con la expresividad corporal, el gesto elocuente y los matices de la voz.
El potencial dramático de Elvira Taveras se decanta como “La Madre” en “Bodas de Sangre”, en la que la tragedia no subyace, está expuesta desde el mismo título de la obra, “Sangre”, símbolo de muerte.
La escena final es sobrecogedora, la madre transida de dolor por la muerte de su hijo con un hálito de voz dice: ¿Qué me importa a mí nada de nada? Bendito sean los trigos, porque mis hijos están debajo de ellos… La actriz logra un instante estelar.
“De Lorca” cierra con fragmentos de la obra “Yerma”, drama de la mujer infecunda, que aún frustrada ama al hijo que nunca vendrá, pero que vive en su mente. En la introspectiva escena final, Elvira Taveras conmueve, poseída del personaje -Yerma- cavila y pronuncia palabras llenas de odio: “Una cosa es querer con la cabeza y otra cosa es que el cuerpo, ¡Maldito sea el cuerpo!, no nos responda”.
El público emocionado aplaude, Elvira Taveras ha logrado superarse así misma en esta nueva versión de su unipersonal “De Lorca”, con el que ha hecho historia. El espacio escénico con pocos elementos, se llena con la presencia de la actriz y las luces que enfatizan cada escena, mientras en pequeños intermedios, escuchamos los versos de soledad y desamparo del “Romance Sonámbulo” de Lorca, musicalizados y cantados por Joan Manuel Serrat: “Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas. El barco sobre la mar y el caballo en la montaña…”
Una noche memorable para recordar a Federico García Lorca. a 125 años de su nacimiento, cuya huella se ahonda cada día, como nombre grabado en la corteza.