Memoria de un territorio desvertebrado (I)

Memoria de un territorio desvertebrado (I)

Este artículo, en pocas líneas quiere ser un homenaje a los hombres y mujeres del Cibao, campesinos o no, que otra vez sufren por las inundaciones. Acostumbrada a mirar la naturaleza como una geógrafa y a amar la gente del Cibao, me es difícil hacer un análisis científico, sin antes describir lo que emocialmente siento frente a esas imágenes espantosas de lo que queda de pueblitos tan amigables. Antes de hacer un ejercicio racional de lo que viene aconteciendo desde 1966 y demostrarlo, es imprescindible afirmar que el territorio viene fragilizándose, debilitándose y “vulnerabilizandose”: por falta de ordenamiento territorial y regional, por falta de infraestructuras de contención de las aguas y de la tierra y de agrupamiento de poblaciones dispersas o mal ubicadas, con un problema de fondo, insidioso, invisible y permanente que es la propiedad de la tierra, urbana o rural. Esa impide cualquier política de Estado o municipal que asigne a la tierra un uso adecuado público. A todos esos factores se añade la sustitución de las facultades técnicas de los organismos de planificación urbana por la política, lo que no permite a los ayuntamientos y sus salas capitulares legislar para el bien común. El territorio, la naturaleza y/o los paisajes de RD fueron invadidos por poblaciones excluidas del desarrollo, en particular de la propiedad de la tierra, por eso ocupan zonas no adecuadas y no productivas. El territorio es usado por actividades económicas que no respetan los ritmos de la naturaleza y sus tiempos de reposición y por fin tenemos grandes familias adineradas que detienen la mayoría de esas tierras. Esa realidad viene desde 1966 reforzada por las políticas diversas y contradictorias del Estado. Lo acontecido entre los meses de octubre, noviembre y que se prolonga ya en diciembre ya no es ocasional, ni casual, ya es normal. Lo excepcional es que afecta la industria turística directamente y desnuda. Otra realidad: el diario vivir de la gente, con escenas de pobreza que los no estudiosos de ese paisaje tropical no ven porque se esconde detrás la hiper-urbanización de las ciudades y a lo largo de estas autovías recién asfaltadas. La humildad del Cibao se retrata cuando el sol la ilumina y la transforma en paisaje de postales. Así se ven todas las estampas tradicionales del Cibao que amamos cuando el sol resalta su colorida campiña de flamboyanes, de palmas, de pastorales verdes. El Cibao es alegría personificada, gentileza y amabilidad pero cuando llueve, la pobreza asusta, duele, espanta, lacera los sentimientos, la sonrisa cede su lugar, el llanto y escenas horripilantes de carreteras excavadas, levantadas, partidas en dos, montes desnudos de surcos y cárcavas, ríos color marrón saltando puentes colapsados arrastrando troncos, raíces, casas que nunca lo fueron……. Hasta La Isabela, la joyita del Atlántico, primada gracias a Colón, fue escena de espanto con una cañada que quiso volver a ser arroyo…. No es impresión, es realidad: el territorio se desmorona, los paisajes se rebelan y sus formas se deforman, la naturaleza ya no será como antes.

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