Memoria de un territorio desvertebrado

Memoria de un territorio desvertebrado

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El gobierno de Leonel Fernández (1996-2000) concentró sus inversiones en el D.N., accediendo así a presiones de grupos económicos que necesitaban para sus inversiones inmobiliarias e industriales una modernización del espacio urbano, con mejor accesibilidad y conectividad. En la capital se hizo a partir de la construcción de la 1ª línea de Metro y una vialidad renovada por elevados, túneles, ampliación de avenidas y en el país, a partir de las autovías. Todas esas obras incorporaron más tierras al mercado inmobiliario conectando regiones. La ciudad se transformó y es así que se conforma “la no-ciudad”, concepto de geografía urbana que resulta de la construcción de obras en un territorio que no crean urbanidad, ni ciudadanización sino ‘habitantes’ que no mantienen relaciones cívicas o sociales con su entorno. Los barrios se distanciaron, se alejaron de la centralidad, se “invisibilizaron”: hoy son islas en el tejido urbano y ghettos de frustraciones. Las tormentas tropicales Derby, Mindy, Odette, Jeanne y Alpha pasaron sin grandes daños, menos mal porque el país, en términos de acción ambiental solo podía enarbolar el plan Quisqueya Verde, la aplicación de la ley 64-00 y el co manejo de los parques con empresarios, como por ejemplo el Parque Nacional Dr Juan B. Pérez Rancier (Valle Nuevo) con la empresa Propagas. El gobierno posterior (2000-2004) del Ing. Mejía tendría una visión diferente del territorio y de su tecnificación: su gestión se iniciaría con obras de gran impacto social y medioambiental con la presa de Monción y tres acueductos en el Cibao: por fin el país tomaba el tema del agua en serio pero la marca “Papá” se la llevan los 139 multiusos construidos en todo el país, en las afueras de las ciudades. En la capital, uno se recuerda la división del ex D.N., las costosas instalaciones de los Panamericanos, hoy abandonadas. Y llegó mayo 2004: se roducía lo inesperado en Jimaní. Un arroyito olvidado, en el Macizo de la Selle, a más de 2700m, se transformaba en torrente: el Soliette en Haití y el río Blanco, bajaban la vertiente empinada y desolada de la montaña, se producía la catástrofe inesperada, las aguas inundaban Fond Verrettes en Haití y los barrios La 40 y La Curva de la ciudad de Jimaní sorprendiendo a una población dormida: balance más de 2,500 muertos. El espectáculo dantesco emocionaba al mundo que respondió con generosidad. Se construyeron 200 viviendas, en un alto, un barrio denominado Solidaridad. ¿Porqué tal fenómeno? Los barrios de la tragedia ocupaban un abanico aluvial, que es un depósito de sedimentos y gravas acumulados con los años, en piedemonte, sumamente inestables que se habían movilizado con las aguas del río. La tragedia se debió a una mala localización original cuando Trujillo, con la “dominicanizacion de la frontera” hizo de ese caserío un puesto fronterizo de importancia geopolítica. No se equivocó con la fortaleza, está en un alto. Como Puerto Príncipe, Malpasse y Jimaní, esas ciudades deben ser reubicadas, como el sismo y la subida de los espejos de agua de los lagos Saumatre y Enriquillo lo iban a demostrar pocos años después.

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