Memoria esquiva, de José Alcántara Almánzar

Memoria esquiva, de José Alcántara Almánzar

El oficio de escribir se nutre de la incontenible necesidad del autor comunicar, no necesariamente por elección propia; tal urgencia, persigue una insoslayable epifanía: el reconocimiento de la realidad circundante, y, en atrevidas ocasiones,elatrevido intento de transformarla. En otras, se constituye en expresión catártica del pensamiento de quien escribe interesado en compartirloa la vista del lector.

Estas son algunas de las afirmaciones del reconocido educador, narrador, ensayista y crítico literario José Alcántara Almánzar plasmadas en las páginas de su más reciente libro Memoria esquiva (SANTUARIO, 2021), curiosa combinación de cuentos y textos ensayísticos breves que, en una suerte de bitácora confesional, revelan sus meditaciones sobre la literatura y su ejercicio.

La obra cuenta con un índice de veinte cuentos cortos acompañados de seis reflexiones sobre el lector-escritor y el ser escritor en las que más que sentenciar con la firmeza convencida del experto, Alcántara Almánzar sugiere, insinúa provocadoras ideas a fin de que, a nuestro modo de ver, el lector curiosose sirva de ellas en su condición de sujeto provocado por la palabra.

Despliega aquí el también Premio Nacional de Literatura 2009 una no menos importante apología al carácter evasivo y escurridizo de la memoria en la que pondera, a la semblanza de Borges, la inexorabilidad del tiempo arquitecto del “abismo entre pasado y presente”.

Porque ante el tiempo, como revela Alcántara Almánzar en el cuento “Los estragos del olvido”, no solo yacemos indefensos en el transcurrir de nuestras vidas, sino que los que nos rodean se apropian de las circunstancias acontecidas a través de su curso para constituirse en juez y parte de la historia colectiva: “?Pero, ¿cómo fue posible? le pregunté.

Sus ojos habían perdido el fuego de la mocedad y ahora se escondían tras los pliegues de unos párpados hinchados. La boca se desdibujaba en un rictus de conformidad, robándole la gracia que había sido su sello distintivo. ¿La vida se encargó de todo? susurró, agregando una frase misteriosa?: nunca la vida es nuestra, es de los otros”.

El origen de la conciencia humana sobre el tiempo partió justamente del lenguaje (desde la palabra como lo primero, Verbo del dios creador según el cristianismo), en tanto que el surgimiento de la comunicación oral (gracias a la fonación, de acuerdo con el criterio científico) permitió al primate ordenar el entorno y con ello establecer marcos de referencia respecto a sí mismo y los demás.

A partir de entonces, el Hombre perseguirá cuasi obsesivamente las coordenadas de su devenir a mano de las clepsidras babilónicas medidoras de las variaciones fluviales y celestiales; a través de las lucubraciones de Heráclito y Parménides sobre la noción del orden cósmico; en el mecanicismo de Galileo y la fría racionalidad de Newton; en la cuarta dimensión de la realidad impuesta por la relatividad einsteineana, hasta arribar por supuesto al Borges reivindicador del instante apéndice de la eternidad: “Lo grave no es que las cosas terminen, sino que no hayan sucedido…”

En este fajo destacan historias, insistimos, donde la reconstrucción de la memoria asume un papel protagónico en la creación de la voz de los personajes: ya sea a través de viejas melodías pululando entre las alamedas de una ciudad que ya no es, pero que a manos de la sinestesia permitieron al hombre maduro relacionarse con su mundo y los incluidos en él (“Concierto italiano”); en el tránsito de recuerdos del muchachito de diez años besado en la boca por un diablo cojuelo que le llenaba de pavor, al ahora consagrado médico que le atiende en las postrimerías de su malograda y arrepentida vidaen una suerte de “drama inverso” donde la relación débil-fuerte se convierte en poderoso viceversa (“Despedida de Niño El Malo); y en los días transcurridos a la espera de una muerte anunciada por la propia víctima al final de sus días durante los cuales, esta anciana luce más viva y sana que nunca (“Los días contados”).

En el territorio de la literatura, trátese de la ensayística, la poesía o la ficción, lo referente al ejercicio y acciones humanas es revelado pocas veces en su estado natural; ello así porque la realidad siempre estará invariablemente filtrada por la pupila y el imaginario de quien escribe. Valiéndose del talento y su dominio del lenguaje, el autor nombrará los hechos y las cosas presentes en la colectividad; creará y dará sentido a los símbolos espejo de las emociones y acciones de los hombres en su relación con las ideas.

En íntima batalla con las letras, se transportará desde los confines de su interior hasta los linderos de lo exterior patentes en su época y hábitat social; una tarea de exploración de lo no dicho en continuo tránsito desde el corazón a los avatares de la polis, como una vez enunció Barthes.

Despojado de todo portento académico y de las señas del discurso experto, en un llano, pero conciso lenguaje, Alcántara Almánzar plasma en este libro apreciaciones personales referentes al escritor como creador y lector apasionado. Sobre sus caminos, motivaciones y compromiso;sobre la ética, y pasión que a su juicio definen el oficio de la palabra escrita, todo ello acompañado de observaciones pertinentes a la literatura como instrumento para entender el mundo y como expresión del alma humana.

Aborda también los desafíos del cuentista que anegado por el espacio con que dispone en la página, es perseguido por su ímpetu cuasi utópico de “cazador de imágenes instantáneas, pasajeras y breves pero eternas, dirigidas al corazón del lector”.

En el párrafo a continuación, el autor que nos ocupa hace referencia a aquello que pensadores y académicos han debatido sobre el oficio de escribir; desprovisto de intención aleccionadora, a nuestro ver, estas palabras son útiles consideraciones tanto para el lector interesado como para el escritor joven: “Todo cabe en el ámbito infinito de la literatura y, aunque resulte muy difícil deslindar las fronteras entre realidad y fantasía, verdad y mentira, hechos y ficciones, lo cierto es que la literatura nos ayuda a entender mejor el mundo; un mundo que se resiste a la comprensión y que, a medida que el tiempo transcurre, se torna mas abstruso, complejo y huidizo.

Pero, sobre todo, hacemos literatura como reflexión sobre el ser y su destino, porque intentamos desentrañar, muchas veces sin conseguirlo, el misterio de nuestra andadura por la vida, tratando al menos de saber qué hacemos aquí en este efímero instante”.

Michel Tournier decía que contrario al orador quien es escuchado por múltiples oyentes, el escritor es un solitario que se dirige a un lector solitario. Paradójicamente, las palabras, tan breves como el instante, recorren un cortísimo viaje antes de desaparecer; la escritura, sin embargo, permea a través del tiempo y el espacio depositando en su trayectoria una indeleble marca en el pensar y la memoria de los hombres.

Yacen, pues, en estas consideraciones los trazos que dibujan el privilegio y la responsabilidad del escritor ante la razón; su rol de defensor de la verdad hecha palabra y de creador sorprendido que, ante todo, deberá abrazar la libertad. Las páginas de “Memoria esquiva”felizmente dan constancia de ello.

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