Memorial del siglo XX

Memorial del siglo XX

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Budapest, septiembre 9, 1991. Todas las mañanas muere algún pichón. Los he oído caer de los árboles, al amanecer, una y otra vez. A causa de su propia torpeza los pichones agujerean los nidos y se estrellan contra el piso. No saben aún volar pero se arriesgan a dar picotazos al nido que les protege. Pasan entonces mucho tiempo piando desesperadamente antes de morir. Los pájaros adultos no pueden socorrerlos fuera de los nidales. En el silencio de la noche que acaba he escuchado esas pequeñas tragedias ornitológicas; y asociado los lamentos de las aves a los dolores de los jóvenes atrevidos que conspiran contra el gobierno y caen en las tenazas, crueles e inmisericordes, de la policía secreta.

Solía dormir junto a una ventana, en un tercer piso, desde donde podía ver las copas de una larga fila de árboles. En esos árboles anidaban los pájaros y yo los oía cantar. Cada cierto tiempo, en medio de trinos y reclamos amorosos, caía un pichón al pavimento y entregaba su vida sin gloria ni ceremonia.

Hoy, al mirar los periódicos sobre mi mesa de trabajo, leo que archivos secretos del Departamento de Estado de los EUA, correspondientes a la época que siguió a la Segunda Guerra Mundial, quedarán a disposición de periodistas, historiadores y otros curiosos oficialmente autorizados. Muchos de estos documentos están plagados de manchas negras con las que se han borrado “los asuntos principales”. Al núcleo de las operaciones de espionaje se le extrae la médula o se bloquean detalles comprometedores para ciertos políticos, funcionarios, jerarcas militares. Así los documentos que fueron confidenciales cuando el texto se podía leer íntegramente, se vuelven enigmáticos cuando nos llegan mutilados o incompletos, pues, según parece, a algunos de ellos les faltan las páginas en que aparecen las firmas responsables. El historiador, como de costumbre, estará obligado a reconstruir un rompecabezas con ciertas piezas escamoteadas. Esto es, a practicar una vidriosa hermenéutica.

Lo mismo ocurrirá más tarde con los papeles secretos de la KGB. Sabremos de unos cuantos “horrores menores” y tendremos que deducir o imaginar las grandes infamias políticas, los genocidios espantosos, los engaños colectivos, “asesinatos accidentales”, crímenes “preventivos”, atropellos injustos. Tal vez sea necesario celebrar conferencias internacionales para que los países involucrados en “acciones conjuntas” puedan examinar la parte que les atañe de esos residuos burocráticos escritos. Podría darse el caso de que unas naciones “desclasifiquen”el documento marcado A-37-1985- con el rótulo: Taladro continental, y otras prefieran mantenerlo secreto por cinco o diez años adicionales. Es probable que conozcamos un monstruo al que le falta una pierna, un brazo, la nariz. ¿Cuántos húngaros murieron en el sitio de Stalingrado? De esa carnicería quedan documentos secretos y poemas públicos. Los poemas son más aclaradores que las directrices alfanuméricas de los generales de varios ejércitos. Neruda, el sudamericano, compuso los versos: “Yo escribí sobre el tiempo y sobre el agua/ describí el luto y su metal morado, / yo escribí sobre el cielo y la manzana, / ahora escribo sobre Stalingrado./”

“Europa nace en el Volga”, decía un italiano combativo. En las aguas de ese río deben encontrarse los trozos de una historia mucho más triste que la de “el viejo joven transitorio”la de “los triturados ojos del soldado”o la del retórico “cisne encuadernado”.

El viejo Jaroslav Seifert declaró una vez a un periodista de Praga que su madre usaba un llavero con la imagen del mártir San Juan Nepomuceno; en cambio, el llavero de su padre -un militante sindical- tenía una medalla con el rostro de Karl Marx. Los dos contribuyeron a que arraigara en Seifert el amor a la justicia, la lealtad a los principios. Después de haber salido de las aulas de la universidad -cinco años después- comencé yo a poner en orden los decires y oires que había en mi cabeza. Por años y años nos habíamos alimentado emocionalmente con bebidas ideológicas llenas de gas. Terminada ya la Segunda Guerra se hablaba continuamente de la “reconstrucción económica” del mundo. Estaba previsto que así fuera porque de la Conferencia Monetaria Internacional de Bretton Woods, en 1944, surgió el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento llamado Banco Mundial. Creo que Lord Keynes y Karl Marx han producido tantos trastornos en el mundo como el imperio austrohúngaro y el militarismo prusiano. Marxistas y keynesianos provocan alternativamente revoluciones y devaluaciones. Los trabajadores, en ambos casos, quedan en la calle. El paro, la cárcel, la persecución, la desmonetización, la guerra civil, son los granos podridos que contiene el saco del siglo XX. Es una pena que cuando las cancillerías deciden abrir los expedientes al escrutinio de los historiadores, los muertos en las refriegas políticas están hechos polvo. Y lo que es peor: la mayor parte de los esbirros responsables de esas muertes ya han muerto en sus casas, tranquilamente. Esa terrible impunidad abona el rencor para otras matanzas. Un desangramiento enlaza con otro, en una cadena de horror sin término. No hay argumento, ni música, ni poesía, que logre sacar del pecho, los sufrimientos de familias enteras cuyas vidas han sido despedazadas por tantas contiendas.

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