Memorias a lo Johnny Abbes

Memorias a lo Johnny Abbes

Durante todo el proceso de lectura de las “Memorias de Johnny Abbes García” nunca estuve en la historia, sino en el discurso. Dejarse llevar por la historia es dormirse, olvidarse de que se está en el discurso. Permanecer en el discurso es permanecer alerta. En él está incluido el sujeto, su ideología, su pertenencia de clase, sus intereses a corto, mediano y largo plazo, sus mitos, su concepción del lenguaje, del poema, de la literatura, de la traducción y de la historia misma, pero sobre todo, están la verdad y la mentira.

Verdad y mentira difíciles de establecer cuando el discurso emana de un sujeto que detenta el Poder o una de sus instancias, como es el caso de Trujillo o Johnny Abbes, pues ambos obran y dicen amparados en la razón de Estado: la pragmática del poder que desde Platón y su “República” le reconoce a los gobernantes el derecho de mentir al pueblo con la finalidad de mantener el orden social, derecho que no se le reconoce al pueblo y se le castiga si miente. Solamente los médicos, en circunstancias catastróficas para el paciente, tienen el derecho de mentir, según Platón. Incluso en el plano de la vida ordinaria, en muchos casos a un juez le es extremadamente difícil establecer la culpabilidad de un reo acusado de un delito, penal o criminal. Los abogados obran, la mayoría de las veces, como los historiadores: se aferran al fetiche de la prueba. Esta no es más que un discurso. Incluso acaecida la acción delictual o criminal, se convierte ipso facto en discurso, pues es imposible “reconstruirla”, como pretenden fingir los historiadores. Esa reconstrucción no es otra cosa que un discurso donde están los rasgos que indiqué más arriba.

Como se comprenderá, la dificultad, para un historiador, de establecer la verdad en lo relativo a las actuaciones de los príncipes, es tarea de Sísifo, y más si se agrega la fabricación ideológica y mítica con que a veces se reviste el historiador que no ha reflexionado que su relato no es más que un discurso cuyas características son lo múltiple y contradictorio. Pero que a esos rasgos de multiplicidad y contradictoriedad se une la prevención de Américo Lugo acerca de “lo actual o inmediatamente inactual”. A esto se une también lo radicalmente subjetivo de todo discurso, puesto que es práctica de sujetos.

Una prueba de estos asertos es el discurso sobre la muerte de Johnny Abbes. Sólo la razón de Estado de Haití y la República Dominicana conoce el dato, el cual no es todavía materia del historiador, a quien le cabe solamente conjeturar. Tan materia es de la razón de Estado que ningún sujeto se ha atrevido, de 1967 hasta hoy, a narrar en libro o en los medios su participación en la muerte de Abbes García. Si el asesinato de este personaje vino con el paquete del contrato de los braceros haitianos, como sugiere o conjetura Orlando Inoa, mucha mayor razón para que nadie ose contar que participó en la obra macabra. Es que en tal osadía le va la vida. Ni siquiera los medios sensacionalistas de los Estados Unidos han logrado, con todo el dinero que ofrecen por este tipo de palo periodístico, entrevistar a alguien que participara en la muerte del ex jefe del SIM.

Si  en el bailoteo de Abbes García con Ramfis y Radhamés Trujillo para derrocar a Balaguer, el mandatario colocado por los norteamericanos en 1966 se sintió amenazado, la razón de Estado era su último recurso para librarse del temible ex jefe del SIM, quien pregonaba en Puerto Príncipe a quien quisiera oírle que el fin de Balaguer era inminente. Abbes le acusaba de ser, con su discurso en las Naciones Unidas, uno de los responsables de la liquidación del trujillismo.

¿Cómo establecer la prueba de todo eso? Humo. Discursos, testimonios orales, ¿dónde? ¿Memorias, papeles, documentos, cartas secretas o privadas, confesiones? Todo es humo. De la misma manera que es humo el relato de Abbes a Ramfis y Negro Trujillo cuando le interrogaron y le preguntaron cómo había permitido que asesinaran al Jefe. Fue el primer gran fallo de Abbes. El segundo fue el atentado a Rómulo Betancourt, que Abbes califica de patraña o novela de mal gusto inventada por los enemigos de Trujillo.

Pero con  respecto a la muerte de Trujillo,   Abbes no relata absolutamente nada de ese interrogatorio, del cual otras fuentes señalan que se defendió alegando que Trujillo le había prohibido que los carros del SIM le siguieran cuando se desplazaba de incógnito a su finca y a otros lugares. La confianza en su sistema de seguridad le traicionó, pues jamás concibió que el atentado se perpetrara, aunque otras fuentes dicen que le entregó a Trujillo los nombres de los conspiradores.

Si Abbes no hubiese tenido tan al menos a la política y a los políticos, se hubiera dado cuenta de que la razón de Estado imponía vigilar a su jefe con los carros del SIM bien apertrechados y armados, pero no con los cepillos, sino con carros americanos grandes. Tan pegado estaba de su confianza, que él mismo informa que la noche del atentado se dirigió a su búnker de Radio Caribe.

Otra leyenda que corre con cierto aval de conjetura es que Trujillo sabía los nombres de los conspiradores y que, cansado de la vida, deseaba su muerte, que fue al encuentro de ella. Olvidan que el proyecto de Trujillo, después de la invasión del 14 de junio de 1959 fue volver al poder formal, pues no confiaba en Balaguer. Pero otras fuentes que han tratado el tema aseguran que debido a las sanciones en Costa Rica, la lucha en contra de la Iglesia y el deterioro de su política con los Estados Unidos, optó por no sacar a Balaguer de la Presidencia y escogió la senda que le había dado resultado en casos críticos: el simulacro de elecciones. Así se armó la campaña de la vuelta al poder de Trujillo inmediatamente, esgrimida en todas las manifestaciones multitudinarias que se llevaron a cabo en todo el país para que él fuera candidato en las elecciones de mayo de 1962, fecha en que Balaguer terminaría el período iniciado por Negro Trujillo.

En el caso de Balaguer, se ve claro en las “Memorias” de Abbes: Trujillo le ordenó vigilarle. El Jefe descartó exigirle la renuncia, porque ¿a quién iba a colocar en la Presidencia? Y a un Presidente, adujo, no se le jubila.

Asistimos, pues, a las “Memorias” de Abbes, al discurso de un sujeto donde conviven verdades y mentiras y silencios a granel, según el sentido de la historia que él visualizó desde que comenzó a redactarlas hasta que las terminó. Y en algún lugar del Caribe secuestraron dichas memorias y las guardaron hasta hoy, cuando muchos de los protagonistas a quienes Abbes acusa de delatores están muertos. Quizá el binomio Balaguer-Stanley Ross obró de consuno en provecho de terceras personas.

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