Memorias de Agripino, o relatos de cómo se evitaron conflictos

Memorias de Agripino, o relatos de cómo se evitaron conflictos

Presentación en Santiago de la obra “Ahorra que puedo contarlo” memorias de monseñor Agripino Núñez Collado. Hoy Wilson Aracena

Agradezco muy sinceramente a los organizadores de este acto la amable invitación para que sirviera como presentador en esta querida ciudad de Santiago, del primer tomo de las memorias de uno de los dominicanos más prominentes de la segunda mitad del siglo XX y los primeros cuatro lustros del siglo XXI.
Reconozco la presencia en esta actividad de tantos buenos amigos de toda la región del Cibao que han acudido, no solo atraídos por el contenido de la obra, sino particularmente, para reconocer la labor como académico, rector universitario, mediador y conciliador fecundo y sacerdote que honró a la Iglesia ejerciendo su magisterio con absoluto apego a las más sacrosantas doctrinas de la fe, de monseñor Agripino Núñez Collado.
Agradezco la presencia de las autoridades civiles y militares de la provincia y del municipio de Santiago, de los dignatarios eclesiásticos, de las autoridades académicas de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, de su Gran Canciller, de su Rector Magnífico, de los miembros de su Junta de Directores, de los profesores, estudiantes y egresados de la PUCMM y de tantos amigos que han venido a asociarse a este hecho singular.
En efecto, la literatura dominicana conoce pocos casos de protagonistas de hechos históricos que decidieron entregar a la posteridad sus memorias de aquellos hechos en que participaron de manera directa o indirecta. Como ha expresado Roberto Cassá en la presentación de la obra, “estas memorias ponen un ladrillo en el edificio que comporta el conocimiento de la historia política del medio siglo pasado, caracterizado por la complejidad de procesos y conflictos”.
Quisiera resaltar que al momento de ocurrir el ajusticiamiento del tirano Rafael Leónidas Trujillo, Santiago parecía ser la única comunidad del país preparada para hacer frente a los retos que implicaba el cambio político, social y económico que representaba el desmantelamiento de la dictadura.
Del Santiago de 1962, se podría decir lo que H. D. F. Kitto afirmaba al inicio de su obra Los Griegos: “… En una parte del mundo… surgió gradualmente un grupo de personas, no muy numeroso, no muy poderoso, no muy bien organizado, que tenía una concepción absolutamente nueva del sentido de la vida humana y que por primera vez demostró para qué estaba hecha la mente del hombre”.
A diferencia de todo el país, que se debatía entre la duda y la indecisión, Santiago tenía un plan en la iniciativa de Alejandro Grullón, Víctor Espaillat, Luis Crouch, Tomás Pastoriza, J. Armando Bermúdez y el obispo de la diócesis de Santiago, monseñor Hugo Eduardo Polanco Brito, cuya mano derecha era un humilde sacerdote nacido en las serranías cercanas y que dirigía el Seminario Menor San Pío X, de Licey al Medio, un “recio campesino macerado en Salamanca” como lo llamó el recordado Rafael Herrera en uno de los editoriales.
Algunos avances. No voy a ser, como se dice ahora, un “spoiler” del contenido de la obra. No les voy a quitar el placer de rememorar tantos hechos que hoy parecen tan lejanos y que, sin embargo, han marcado, ojalá que para siempre, el destino de esta tierra bendita.
En este primer tomo de las memorias de Monseñor Agripino Núñez Collado ustedes no encontrarán un orden detallado de los hechos en que participó, no solo en la creación de “un nuevo estilo universitario en la República Dominicana” que convirtió a la Universidad Católica Madre y Maestra, aquella cosa “insegura, pequeña y débil”, en una “institución respetada y respetable” y en el modelo a imitar en la educación superior dominicana, ni las diferentes instancias de mediación en las que tomó parte.
La unicidad se la dan a estas memorias el contexto en que se desarrollan, el impacto que ha tenido el proceso de mediación y conciliación en tantas áreas de nuestro desarrollo, y las crisis de todo tipo que se evitaron gracias a la intervención de monseñor Núñez y de cuantos colaboraron con él en el proceso, particularmente el recordado monseñor Francisco José Arnáiz.
En cierto modo y para beneficio del país, estas memorias no son la narración de hechos que pusieron en peligro la libertad y la vida del país, sino la crónica de cómo se evitaron sus catastróficas consecuencias. En esa virtud, estas memorias son la crónica de la solución, no de las dificultades, y ese carácter positivo es lo que las hace tan interesantes y valiosas para las presentes y futuras generaciones.
El éxito de Agripino. Muchos de ustedes se preguntarán, ¿y qué fue lo que hizo posible que este sacerdote no solo fuera la más importante figura académica del país en el siglo pasado sino que se convirtiera y erigiera a su Universidad, una institución privada, en el centro de la solución de los problemas públicos nacionales?
Como tuve el privilegio de servir por más de dos décadas, junto a este dominicano único, creo poder avanzar algunas pinceladas de su éxito, que ha sido también el éxito del país.
En primer lugar, es un hombre de fe, de arraigada fe cristiana, –como podrán apreciar en la lectura de esta obra– y de profunda fe en los destinos de este país. Sabía que el diálogo implica una actitud de apertura y respeto al otro. Que como Antonio Machado dijo, “Enseña el Cristo: a tu prójimo/ amarás como a ti mismo/ más nunca olvides que es otro”.
Solo la fe guiada por otros atributos que mencionaré más adelante, pudieron hacer posible tantos logros que se pueden exhibir sin rubor.
En segundo lugar, la persistencia en el esfuerzo. Dialogar, convencer y obtener objetivos es un proceso duro, laborioso y que requiere de un talento especial. En algunos procesos, cuando todo parecía derrumbarse, monseñor insistía en buscar una salida y ese empuje motivaba a los actores a concentrarse en la importancia de la solución más que del conflicto.
La paciencia y el perdón. A monseñor Núñez se le ha insultado y se le ha acusado de todo, pero de sus labios no ha salido una palabra altisonante de respuesta a los agravios. Por el contrario, ni siquiera en los momentos más álgidos del conflicto político, se le ha visto acusar a nadie. En este libro tampoco lo hace.
Muchas personas podrían haber tenido mejores herramientas intelectuales para dirigir un proceso de concertación, pero nadie ha tenido la entereza ni la paciencia de escuchar sandeces de todo tipo y mantenerse fiel al norte de encontrar la solución apropiada para salir de la crisis, que monseñor Núñez.
Finalmente, la entrega a la causa del país. Lo he visto viajar incansablemente, a veces, acabando de llegar de otro viaje, para atender la urgencia de la angustia de una de las partes. Realmente, nuestros políticos y empresarios, –pues también monseñor ha mediado en numerosos conflictos empresariales aunque esos no aparecen en esta obra– encontraron siempre la respuesta positiva del cordero dispuesto al sacrificio con tal de que se preservara la unidad familiar y la del país.
Aunque no aspirara a premio alguno por esa inestimable labor, la verdad es, Monseñor, que no hay con qué pagarle su esfuerzo, sacrificio, dedicación y sentido patriótico.
Cultura de diálogo. Hay que recordar que el diálogo se daba en un contexto local y latinoamericano caracterizado por “estructuras de poder muy concentradas, polarización política, dinámicas económicas insuficientemente competitivas en los mercados internacionales, instituciones estatales débiles o poco legítimas, problemas para controlar la criminalidad, pobreza persistente e inequidad, niveles limitados e irregulares de participación ciudadana, multiplicación de demandas …, incremento en las tensiones interétnicas e interculturales y mecanismos incompletos de reconocimiento institucional de las identidades. Problemáticas de actualidad como el narcotráfico y el crimen organizado instalados en la región incrementan los niveles de complejidad y violencia.”
Su mediación cambió la faz de las relaciones obrero-patronales y consolidó el sindicalismo en el país. Ofreció al país una nueva vía pacífica y fecunda, para la solución de sus problemas políticos, al cambiar la confrontación por la concertación y demostró que el camino para logros institucionales permanentes era el diálogo y no la imposición de la fuerza.
La pena es que algunas instituciones políticas y estatales no hayan aprendido la lección y sigan actuando como si las elecciones fueran batallas en las que se juega la independencia de la Patria.
Finalmente, quisiera resaltar el carácter eminentemente democrático y de fortalecimiento institucional del proceso de diálogo y concertación social llevado a cabo por nuestro protagonista.
Para que un diálogo pueda llamarse democrático es preciso que se respete y fortalezca “la institucionalidad democrática y (se busque) transformar las relaciones conflictivas para evitar las crisis y la violencia y contribuir, por tanto, a la gobernabilidad democrática”.
Como se expresa en las memorias y todo el pueblo dominicano ha sido testigo, todos los procesos de diálogo se realizaron con representación de los sectores institucionalizados, desde partidos políticos, sindicatos de patronos y de obreros, gremios profesionales y organizaciones no gubernamentales.
Todos los procesos y los resultados fueron transparentes. Evidentemente, en el proceso hay posiciones que no pueden salir a la calle, porque son herramientas de negociación que pueden enrarecer el ambiente de diálogo.
Contribución a la demoracia. Finalmente, prácticamente en todos los procesos se concluyó con la firma de un acuerdo que incluía la creación de leyes o resoluciones de alcance nacional.
Como se puede apreciar y a contrapelo de algunas opiniones interesadas, la cultura de diálogo promovida por monseñor Núñez fue un proceso transparente, eminentemente democrático y con profundo impacto sobre la institucionalidad democrática del país.
De ahí la importancia de esta labor y de estas memorias. Pero no voy a aguarles la fiesta con un discurso interminable.
Quisiera concluir afirmando que cuando se escriba la historia del devenir dominicano de 1962 al 2020, es decir, del período democrático, el nombre de monseñor Agripino Núñez Collado aparecerá como un creador de instituciones de indiscutible valor para el desarrollo dominicano, y como uno de los artífice de la paz social que hemos disfrutado por más de cincuenta años.
Parafraseando a don Héctor Incháustegui Cabral, lo que ha hecho monseñor Núñez, “puede verse con los ojos de la cara y con los ojos del espíritu que pueden apreciar lo que es grande sin ocupar lugar en la tierra”.
Enhorabuena, monseñor y gracias por este hermoso y oportuno regalo.

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