Memorias de Claudio Caamaño

Memorias de Claudio Caamaño

ANGELA PEÑA
La que narra es la misma guerra de abril, pero ésta parece otra pues, aunque los hechos que relata son los ya conocidos, muchos protagonistas son nuevos, en cambio, otros que tradicionalmente han sido presentados como héroes, aquí figuran vacilantes, cobardes, traidores, entreguistas, vende patria, sumisos y suplicantes ante el imperio.

 Es la revolución de 1965 contada en el lenguaje áspero de los guardias, vivida por el militar que más cerca estuvo del comandante de la histórica contienda, de quien también revela momentos de confusión superados.

 Pero “Caamaño, Guerra Civil 1965”, escrito por el Mayor Claudio Caamaño, es más que la crónica de la contienda fratricida. Es la biografía del líder desde su infancia, por lo que también se cuentan sus antecedentes junto al dictador Trujillo, en la cárcel La Victoria, los entrenamientos para invadir a Cuba por instrucciones de Ramfis, o sus actuaciones como jefe del Comando Conjunto, de las Tropas Contramotines (Cascos Blancos) o de la Seguridad del hotel El embajador, que dirigió las operaciones de Palma Sola y frustró una intentona para impedir la toma de posesión de Juan Bosch, en 1962.

 Antes de 1965, hay un coronel Caamaño comandante en Radio Patrulla y su leal primo como instructor descubriendo ya un tráfico de drogas cuya investigación ordenó dejar sin efecto un conocido general de esos tiempos que Claudio identifica por sus nombres y apellidos, como hace con quienes supuestamente asesinaron a Manolo Tavárez.

 Ofrece un historial ignorado de Belisario Peguero, al que define como “un todopoderoso que se dividía el país con Elías Wessin y Wessin”. En el libro se ofrecen los pormenores de una trama “para salir de Belisario” de quien cuenta excesos incomparables.

 Es prácticamente la versión militar de los hechos. Por eso son generalmente cabos, rasos, tenientes, sargentos, mayores, coroneles, capitanes, generales, los principales actores de estas tramas que preceden el acontecimiento central de la obra: la guerra civil de 1965.

Movimiento Constitucionalista

 No son sólo arengas, alocuciones, tanques, escuadrones, asaltos, comandos, ataques aéreos, transmisiones clandestinas, radio bemba, fusilamientos, vuelos de aviones, explosivos, disparos, sangre, muerte. Claudio Caamaño toca el lado humano, la faceta política, los aspectos sociales de la ciudad en esta guerra que tuvo tantos simpatizantes como enemigos. Hasta el papel de la prensa, “manipulada, charlatana, mentirosa, interesada”, es cuestionado por el soldado que experimentó el dolor de ver distorsionadas las declaraciones que a pesar del peligro cruzó a ofrecer junto a su comandante,  al Listín Diario y a El Caribe. Las notas veraces de Luis Reyes Acosta, el único comunicador que según él arriesgó su vida cubriendo los incidentes, fueron a parar al zafacón.

 Carlos Alberto Ricart (Baby), Rafael Herrera, Rogelio Pellerano, Francisco Comarazamy “o su hermano”, los recibieron, relata, en el Listín. Las declaraciones a El Caribe fueron por teléfono. “Soy Radhamés Gómez Pepín, en estos momentos soy el encargado del periódico. Dígame”. Le repito la información de que habíamos derrotado aplastantemente las tropas del golpista y genocida de Wessin y me dijo que no creía esa información, porque ellos habían observado desde el local del periódico cuando la infantería, jeep, camiones y otros vehículos cruzaron el Puente Duarte…” Claudio insistió y Gómez Pepín supuestamente le contestó que sus informaciones eran “interesadas, que le era muy difícil creer eso, porque él tenía informaciones totalmente diferentes, de una fuente muy acreditada”. Lo puso, dice, a hablar con Caamaño.

 Al otro día El Caribe decía que los habían derrotado, aunque en letras negritas incluyeron parte de las declaraciones del líder de abril. El Listín Diario, en cambio, no publicó su relato. Según el escritor, este medio se inclinó por la especie de la embajada norteamericana. “Nos sentimos burlados, ofendidos”. Exigieron una edición extra y les respondieron que era imposible. “Esto es una desfachatez de ustedes que con un reportero, el único en la batalla más sangrienta y decisiva de la historia dominicana, publiquen lo que les dicta la embajada de Estados Unidos. Eso es una vergüenza nacional”, replicaron. Francis llamó “sinvergüenza” a uno de los ejecutivos y amenazó con quemar las instalaciones si no rectificaban. Claudio hizo que desistiera. Se dedicaron a quitar “los periódicos mentirosos” a los canillitas, destruyeron los puestos de distribución, afirma.

 Figuras  consideradas determinantes en la contienda bélica por su papel aguerrido, aquí aparecen asumiendo otras conductas. Según Claudio Caamaño, la fecha de la conspiración para derrocar al Triunvirato se pospuso más de una vez por “las vacilaciones e indecisiones” de Miguel Ángel Hernando Ramírez, quien luego enfermó y posteriormente se asiló. En una ocasión Claudio dijo a Francis: “Hernando Ramírez no tiene condiciones para iniciar el movimiento, está acobardado, usted debe asumir la dirección”. Otro día le comunicó: “Este jefe es una buena mierda”, motivándolo para que se comunicara con Fernández Domínguez y le pidiera quitar “a ese hombre indeciso y acobardado”.

 Del capitán Héctor Lachapelle Díaz refiere que Fernando Pimentel (Vejé) y otros jóvenes de San Carlos le informaron que éste “dijo al resto de los soldados que todo se había perdido, que cada cual se salvara como pudiera y entregó sus armas a los “tígueres” del barrio a cambio de ropa civil”. “Lachapelle  se encuentra escondido en una casa de San Carlos, le notificaron, y al preguntarle que si ellos lo vieron dijeron que sí, vestido de mujer, con peluca, afeitado el bigote y pintura para poder salir disfrazado a asilarse a una embajada, y lo estaban esperando que saliera a la calle para matarlo vestido de mujer, por cobarde”. Asegura que él y Francis fueron a buscarlo para protegerlo, entendiendo que estaba confundido.

 En otra parte describe el deseo de la multitud por subir a un apartamento  a saludar a Caamaño. “Entre los numerosos protestantes se destacaba uno en particular por bocón, grosero y arrogante, a quien conocía muy bien, mi viejo amigo, compañero y consejero en mi adolescencia: el Dr. Euclides Gutiérrez Félix, ex senador de Trujillo. Me acerqué y le dije desconsiderada y groseramente: ¿Para qué coño quieres subir? Esto es un asunto para valientes y tú eres un buen pendejo. ¡Lárgate de aquí! Euclides no me contestó una sola palabra”. Pero más adelante Claudio refiere sus relaciones de amistad con Gutiérrez   y dice que le pidió disculpas, invitándolo a subir. De Héctor Aristy cuenta que les dijo a él y a Caamaño, “jactanciosamente”, que dónde se iban a esconder o asilar. Un día después le solicitaría cortésmente ver al coronel Caamaño.

 Montes Arache, según Claudio Caamaño, asumió durante la contienda posturas reprochables. Escribe que “en una negociación con el coronel Montes Arache” fueron soltados “esbirros y asesinos del régimen de Trujillo” que todavía guardaban prisión en la fortaleza Ozama: “el general José María Alcántara, coronel piloto Octavio Balcácer, capitán Alicinio Peña Rivera, licenciado Félix W. Bernardino, y treinta connotados asesinos y torturadores del Servicio de Inteligencia (SIM)”.

 De él desdeñó una invitación para darse unos tragos y pasar la noche divirtiéndose con unas jóvenes, en momentos en que Claudio buscaba al coronel Caamaño. “No te preocupes tanto por Francisco Alberto, aquí hay muchachas para todos y si faltan nos las prestamos”. Afirma, por otro lado, que Montes no pudo doblegar las fuerzas policiales de la Fortaleza Ozama, “atrasando los planes militares”. Caamaño lo relevó por el coronel Fabio Chestaro. Empero, Claudio escribe líneas elogiosas sobre el conocido hombre rana.

 Es posible que en tomos subsiguientes, estas personalidades aparezcan con la estatura que siempre se les ha reconocido. Este es apenas el comienzo.

 El desfile de “genocidas y traidores” que cita Claudio, es tan amplio como el de los   héroes, patriotas y mártires nunca antes mencionados. Las expresiones destempladas, parece que muy propias de los militares, abundan. Es revelador el intercambio de palabras entre el embajador Tapley Bennet, Molina Ureña, “el enfermo coronel Miguel Ángel Hernando Ramírez”, dirigentes del PRD, funcionarios del Gobierno Provisional y varios militares dominicanos. Para claudio, Molina Ureña se comportó sumiso, Hernando Ramírez amilanado, otros rogaron, arrastrándose, mientras el diplomático actuaba con prepotencia.

 En otro encuentro con el norteamericano Artur Breisky, en el que se planteaba negociar una solución a la guerra, Caamaño “lo encaró para decirle que no era prudente una reunión en alta mar”, éste insistía y “antes de que Caamaño le contestara, intervino el coronel Gerardo Marte Hernández y con voz de trueno le dice al norteamericano: “¡Mire, buena mierda! ¿Usted cree que es el que manda? Ese que está ahí es el Presidente de la República”. El norteamericano le quiso contestar pero Marte Hernández sin darle tiempo le decía: ¡Usted no es más que un buen mojón! ¡Cállese la boca y lárguese de aquí!.

 Los relatos son tensos, estremecedores. Sólo hay uno hilarante: la reacción del primer teniente Pimentel García cuando al escuchar el estruendo del combate en la fortaleza Ozama, Claudio le ordenó que saliera al ataque sin tomar en cuenta que éste acababa de llegar de retomar el cuartel de la avenida Bolívar. El oficial contestó: “¿Y qué é? ¡Usted no da un chance pá descansá! ¿Lo que quiere es que me maten? ¡Pégueme usted un tiro!”.

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