Memorias de las muertes naturales en adultos

Memorias de las muertes naturales en adultos

Siguiendo el pensamiento euclidiano pudiéramos colocar dos puntos separados en el espacio y unirlos a través de una línea recta. El inicio correspondería al nacimiento del individuo, en tanto que el final representaría al fenómeno de la muerte. La inercia del vivir nos engaña, haciéndonos creer eternos; ignoramos que a medida que avanzamos por el trayecto más nos acercamos al abismo de la muerte.
Una amarga paradoja existencial es la nacer y morir; quizás sea esa una de razones por la cual lloramos al nacer y nos lloran al morir. En los órdenes emocional, filosófico y material el Homo sapiens social vive aferrado cual la hiedra a un falso tiempo infinito; nadie en su sano juicio desea extinguirse. La hermosa y estimulante excursión vital cuenta con su majestuosa puerta de entrada pero desgraciadamente también tiene una indeseada puerta de salida.
En el universo biológico se identifica una ley secuencial de causa y efecto. Las enfermedades no caen del cielo; esos males obedecen a razones científicamente demostrables. De ahí que cuando una persona muere nuestro espíritu investigador nos induce a buscar la causa del fallecimiento. El instrumento más idóneo para encontrar esa respuesta es la autopsia.
Seis años ininterrumpidos desde el 2010 hasta el 2015, examinando de manera consecutiva cadáveres de gente adulta sin señales físicas, ni químicas de violencia corporal, permitió contabilizar 4,532 fallecimientos naturales. De estos, 3,168 casos, digamos el 70%, correspondió a personas cuyas edades fluctuaban entre los 18 y los 90 años. Yendo a los detalles observamos que 2,048 muertes, algo menos de la mitad, pertenecían a individuos por encima de los 50 años. Más del 60% tenían enfermedad cardiovascular como causa básica de defunción. Le seguían el cáncer y las infecciones. En menor proporción tuvimos la diabetes mellitus, la cirrosis hepática post alcohólica y la enfermedad pulmonar obstructiva crónica.
En los menores de 50 años notamos que la arterioesclerosis y la hipertensión arterial son las responsables de una alta morbilidad y mortalidad. Una vez detectadas las reales causas básicas de tantos fallecimientos pasamos a revisar los factores que contribuyen al desarrollo de esos males. Estudios experimentales nos indican que la dieta, el estilo de vida, la obesidad y en menor grado herencia participan en el desarrollo de dichos males. De ello se desprende que si modificamos los ingredientes de la dieta, específicamente la cantidad de sal y azúcares; si reducimos las grasas animales, y cambiamos el crónico sedentarismo casero estaremos agregándole años de calidad a nuestras vidas. Sembremos en los niños nuevas formas de alimentación, vayamos por más frutas y vegetales. Las actividades físicas cotidianas deben acompañarnos desde la infancia hasta la senectud. Hay que mover el esqueleto, los músculos y las articulaciones; órgano que no se ejercita se atrofia. No olvidemos el chequeo médico anual; un diagnóstico precoz garantiza un mejor pronóstico de cura.
Auxiliados con la memoria del ayer facilitamos la comprensión de lo que somos hoy, mientras que con el conocimiento del presente construimos un futuro más sano, más largo y feliz.
Cierto que un día vamos a morir, pero asegurémonos de que sea lo más tarde posible.

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