Memorias de Madrid  “La noche vieja”

<p>Memorias de Madrid <span> “La noche vieja”</span></p>

JOSÉ M. RODRÍGUEZ HERRERA
A las 11:45 de aquella “Noche Vieja” de 1976 -que así se le llama allí a la víspera del año Nuevo- llovía a cántaros en Madrid y, uno de los acontecimientos más lucidos y alegres de la capital de España, se veía empañado o mejor dicho, empapado por la siempre venturosa lluvia que, aunque a los pueblerinos siempre nos sienta mal, ¡vaya ingratitud! para los campesinos es una bendición del cielo.

Como en años anteriores, acudí a la Puerta del Sol a esperar las clásicas doce campanadas, y porque no decirlo, a esperar junto al tañido de la campana, mi cumpleaños. Este espectáculo de convivencia humana, porque otra cosa no es, con la televisión y todo, es el equivalente con el que para esa misma noche se celebra en Nueva York, en Times Square y en otras capitales del orbe.-

Para protegerme de la lluvia me “encasqueté” una verdiblanca gorra de las Estrellas Orientales, mi casi siempre sotanero equipo que en el pley de la saltona había adquirido. Una cachucha de ese tipo en España es cosa rara y a mi paso por la Gran Vía, rumbo al epicentro de Madrid, que es la Puerta del Sol, más de uno comentaba a quema ropa: “Ese tío parece un loro”…Yo, campante, orgulloso y sonriente, seguía mi “cotorro” camino.

La susodicha gorra, que mis buenos Duartes me costó en el Tetelo Vargas, fue a parar a la hermosa cabeza de una brasileña con cuyo grupo, entre guitarra, zamba y champagne, me integré, de la manera más informal como esa noche se estila en la Puerta del Sol.

Aquel maremagnun, tan variopinto como alegre, constituye ni más ni menos, un compendio, quizás fugaz, de amor al prójimo. La duración de la algarabía, no resta significado al encuentro fraternal de tantos desconocidos. Esa noche, como es obvio, hay muchos policías en los alrededores y ese 31 de diciembre es lógico que se duplique la presencia de la Autoridad.

Cuando terminó la última campanada de las doce, me dió por invitar a todos los que me rodeaban, civiles y militares. Los primeros no dudaron en “pegarse uno”, los segundos, caballerosamente supieron agradecerlo y sin empinar el codo, nos desearon Feliz Año Nuevo.

Y es que, en una Noche de Paz, ni el uniforme ni la metralleta importa.

Aquellos militares, eran, son, hombres como usted y como yo. ¿La diferencia?. Que sobre mi testa, hasta las orejas encajada, lucía una pintoresca gorra de las Estrellas. Ellos, el kepis de Reglamento.

¡Felicidades!

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