Recordar de adulto eventos abstractos que habitaron en nuestra mente infantil, más que una dicha constituye un privilegio y por ende debemos considerarnos afortunados al mantener vivos esos momentos que fueron testigos de continuas reflexiones del ayer. Como muestra pretérita me viene el pensamiento uno de los versos de la canción ranchera mexicana Al derecho y al revés de la autoría del compositor Rubén Fuentes e interpretada por Pedro Infante que rezaba: “El amor del hombre pobre/ es como el del gallo enano/ Que en querer y no alcanzar/ se la pasa todo el año”.
Querer, poder y deber son tres verbos que de modo desproporcionado conjugamos a través de nuestra existencia. Por lo general hemos querido más de lo que podíamos y menos de lo debido. Muchas cosas que el niño ve u oye de inmediato las quiere, por suerte para él, su familia y la sociedad, muchos de esos pensamientos juveniles no se ejecutan. Luego de la adolescencia se acepta conscientemente que no siempre resulta sano complacer cada capricho de la mente. Ya de adulto aprendemos a convivir en sociedad, de figura egocéntrica pasamos a confraternizar en una sana interdependencia.
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Un pueblo sin historia y sin memoria representa un peligro para la humanidad. Son ciertas decisiones de líderes o jefes de Estado las que han llevado a conflictos locales, regionales y mundiales. Olvidar o ignorar las causas que han dado lugar a las guerras entre los pueblos hace que se repitan modelos de conducta dañinos para el mundo en su conjunto.
El positivismo filosófico del siglo XIX copó las mentes de relevantes figuras sociales y políticas de alcances transoceánicos, así como de varios continentes y regiones. Hombres de la talla de Simón Bolívar, José Martí, Eugenio María de Hostos y de Juan Bosch Gaviño tejieron sanos ideales que muchos de nosotros abrazamos como baluartes de quimeras irrealizables en el cercano porvenir. La dura realidad nos ha ido dando lecciones acerca de lo errado de una visión lineal ascendente del desarrollo humano.
En el presente hacemos una parada en un pico de la cordillera y vemos lo tortuoso del terreno andado, las sorpresas que cañadas, ríos y montañas guardaban en su seno. Solo penetrando en su interior en el tiempo logramos sentir la diferencia entre lo imaginado y lo vivido en la dura realidad. Ahora sabemos que no todo lo que brilla es oro y que una melodía no suena igual cuando se interpreta con trompeta que si se toca con violín.
Tozuda es la realidad de cada época y distintos los resultados que se obtienen. Nada es igual ahora a lo que fue ayer y me temo que mañana también será distinto. Cargamos con un pesado fardo de bellos y hermosos sueños mantenidos con la rigidez de un Quijote y gracias a ellos hemos caminado sin sentir la fatiga del tiempo.
Cada persona debe abrazar un sueño y arrancar su viaje para que al final del camino pueda hacer un inventario y ser capaz de repetir como un Neruda “Confieso que he vivido”. ¿Qué porcentaje del proyecto se ejecutó? Su cálculo resulta irrelevante, lo importante es haber vivido con un noble motivo solidario, amoroso y de paz.