Memorias
Manolito Mora Serrano, ese muchacho de 75 años

<STRONG>Memorias</STRONG><BR>Manolito Mora Serrano, ese muchacho de 75 años

A sus setenta y cinco años de edad, Manolito Mora Serrano sigue siendo aquel joven —pasajero en tránsito— que recién acaba de llegar de cualquier pueblo del interior de la patria o allende los mares: de un encuentro en La Romana, vino con chivo incluido, en la residencia del médico y poeta José López con poetas y narradores higüeyanos y romanenses, de un conversatorio en casa de Pedro Pompeyo, en Moca,  de una tertulia con Cayito Claudio Espinal y Orlando Morel, en San Francisco de Macorís o de una visita a jugar una mano de dominó en Pimentel para cargar las pilas y saludar la memoria del inolvidable vate Nolasco Cordero y, como si fuera poco, se sacude el polvo de los caminos y se dirige a la avenida Ortega y Gasset para abordar la próxima “voladora” del transporte urbano, rumbo a un encuentro organizado por su carnal Bruno Rosario Candelier en la Academia Dominicana de la Lengua; a una puesta en circulación de un libro en el Foro Pedro Mir, de la Librería Cuesta o simplemente desandar El Conde, desde el Altar de la Patria hasta el “Palacio de la Esquizofrenia”, para finalmente detenerse a conversar y ver un juego de pelota, haciéndole swing a un vino tinto con picadera en El Mesón de Lui, doblando El Conde con Hostos, para cerrar la noche en un taxi pirata rumbo a la constelación de Orión, donde viven los príncipes como Manolito.

A finales de la década los años sesenta, Manolito se convierte, desde su columna Revelaciones, en el vespertino El Nacional, en el referente por excelencia que exalta, a partir de ese momento y hasta entrados los años noventa, la literatura de provincia y enfrenta de manera sistemática —siempre en forma caballerosa— a quienes ejercen la literatura y el trabajo cultural de forma excluyente y con un sentido de promoción basado en la unilateralidad y superioridad del movimiento literario de la capital.

La columna Revelaciones  y las páginas del suplemento del periódico El Caribe son el ágora y la tribuna para el lanzamiento al ruedo literario de muchos jóvenes de entonces que hoy son consolidados poetas y narradores, pero que sin el espaldarazo de Manolito ¿quién sabe dónde andarían en estos apremiantes momentos de la sociedad global?

¿Cómo conozco y cómo me conoce Manolito? Me convierto en lector de Revelaciones a partir de 1969. Sin embargo, la primera persona con quien tengo contacto, que era tan cercana como un hermano de él, es Freddy Gatón Arce, director de El Nacional, donde publicaba la columna. Coincidimos con Freddy en calidad de presos en el Palacio de la Policía, en abril de 1971, época en que la Banda Colorá (Banda Colorada Anticomunista) sembraba el terror de derecha en calles y barrios del país, bajo la dirección y protectorado del Jefe Policial, mayor general Enrique Pérez y Pérez.

Aquel primer encuentro con Freddy me acercó indirectamente a Manolito y poco tiempo después de haber salido de la Penitenciaría de La Victoria y recobrar una precaria libertad, le escribí una extensa carta a Mora Serrano y la acompañé con los poemas que había escrito en la cárcel  y para mi sorpresa el 7 de agosto de 1972, apareció el artículo intitulado “Denis Mota, un joven poeta”.

En la mañana del día siguiente, que fue cuando llegó El Nacional a San Rafael del Yuma, desde la residencia de Tatico Caridad salió una caravana que, a la largo de cuatro cuadras, se fue nutriendo espontáneamente de yumeros y yumeras, hasta llegar a la galería de la casa de Don Otilio Rondón, donde yo tenía instalada la Sastrería Luz. ¡Que sorpresa, qué júbilo y qué alegría! cuando Tatico, a voz en cuello. proclamó: ¡Yuma tiene un poeta! y leyó el artículo de Manolito ante más de setenta y cinco personas que lo siguieron en una fiesta sencilla, festejando a un humilde sastre y acosado “agente subversivo”.

Meses después, Manolito en sus andanzas turístico/literarias hizo el periplo Pimentel—Boca de Yuma, sólo que yo no vivía en “La Boca”, sino en San Rafael. Paradoja del destino, a quien Manolito aborda para dar con mi paradero es a mi primo Temístocles Caridad Aristy, hijo de Tatico Caridad, y éste creyendo que Manolito, de sombrero y chacabana, era un agente encubierto lo despista y se traslada urgentemente a Yuma y me alerta en el sentido de que agentes del servicio secreto me están, erróneamente, buscando en Boca de Yuma. Esta lamentable desinformación impidió nuestro primer encuentro y, a la vez, me ocasionó un período de clandestinidad como consecuencia de una supuesta persecución por parte de agentes represivos del balaguerato.

El encuentro vendría dos meses después de aquel fallido intento. Manolito llegó solo a casa de mis padres un martes en la tarde y de ahí en adelante se selló una amistad que tuvo como punto de partida una noche de juerga en el bar Siempre Viva de Vivita Espinal, donde Manolito me recitó, entre tragos y un cielo estrellado con una luna llena, los poemas de un libro titulado Alimento Humano. La segunda vez que escuché nuevos poemas de ese libro fue en mi primer recorrido por tierras de Manolito, mientras hacíamos un “asopao” en casa de un poeta y amigo, en Arenoso, San Francisco de Macorís. Años después pregunté por la suerte de los poemas de Alimento Humano y sólo tuve por respuesta que se habían perdido. Nunca le creí a Manolito.

En 1974, Manolito salta al primer plano de la narrativa dominicana con su noveleta Juego de dominó, publicada por Editora Taller. Aquello fue todo un acontecimiento, primero por el crossover de la poesía a la novela y por el acuñamiento, en nuestro medio, del subgénero denominado noveleta. Aquella opera prima fue una provocación política en términos temáticos, donde se recrea a lo largo de una partida de dominó en la enramada de don Eligio, un acto conspirativo contra un destacamento policial, donde un abogado, un estudiante y un maestro, observados por un calié, hacen tiempo para esperar a las dos de la tarde, hora de la conspiración.

Los aportes de Manolito a la literatura  provinciana y aldeana son invaluables e incalculables, los testimonios son procedentes de todos los puntos regionales de la geografía nacional. Salvador Santana, desde San Juan de la Maguana, Pedro Pablo Fernández, en San José de Ocoa, Julio Cuevas, en Neyba, Denis Mota, en San Rafael del Yuma, Diómedes Núñez Polanco, en Bonao, Pedro Pompello, en Moca, Cayo Claudio Espinal y Orlando Morel, en San Francisco de Macorís, por sólo citar algunos nombres, encontraron en Manolito el vehículo a través del cual recibieron orientaciones y medios para darse a conocer en el ámbito literario nacional.

El enfrentamiento con la llamada joven poesía y otros sectores literarios que manillaban el acceso a los medios de difusión en la capital, se hizo posible, luego de muchas batallas de ideas y opiniones, que se tomara en cuenta la literatura de provincia. Memorables son aquellas cartas de un joven poeta de provincia, desde las páginas de opinión del Listín Diario, donde Manolito —con mis quejas sobre la forma en que se nos marginó del Primer Foro de Poesía Joven, en enero de 1976— desmonta el falso andamiaje sobre el que se había cimentado el denominado grupo de la joven poesía.

A partir de ahí entiendo que comenzó a revertirse el quehacer literario en el país y los poetas y narradores provincianos comenzamos a ocupar los espacios que ganamos con nuestras obras y los niveles de difusión fueron más equitativos y equilibrados. Eso se lo debe la literatura de provincia a Manuel Mora Serrano.

Sin embargo, el hombre de bien que habita en Manolito nunca se ha permitido, aún en los enfrentamientos, en las polémicas escritas o en los conversatorios de la bohemia, hacer críticas destructivas, malsanas y perversas (muy común en el mundillo literario): todo lo contrario, sus juicios son constructivos y de frente, y siempre evita por todos los medios herir o lastimar, porque quien opina sobre una persona o la obra de ésta, con sentido de justicia, conserva al amigo y así lo hace Manolito.

Este muchacho, de tan sólo 75 años, vive cada minuto de su vida, degusta vinos y es el mejor conocedor de los restaurantes chinos del país, admira como un adolescente la coquetería alegre de las muchachas. En fin, Manolito es un vainero, es un buen tercio, es uno de esos tipos que disfruta la vida y también hace  que otros la disfruten, con sus mejores armas, que son sus risas y generosidad. Así es el Manolito que conozco hace 37 años. Es cuanto.-

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