Indicar la ubicación, compartir futuros planes o difundir su número de teléfono móvil son algunas de las prácticas más comunes entre los jóvenes en internet. Foto cedida por Qustodio.
Las nuevas tecnologías e Internet se han convertido en enormes herramientas de comunicación, pero su mal uso puede acarrear consecuencias negativas sobre todo entre los más pequeños.
Compartir información y datos personales en redes sociales es una práctica muy habitual para la mayor parte de la población y aún más entre los jóvenes, según la firma Qustodio, creadora de una sistema multiplataforma (‘app’ móvil y portal web) para que los padres puedan supervisen la actividad en línea de sus hijos.
“Solo en Instagram se efectúan unos 95 millones de publicaciones diarias en el mundo” señalan.
Explican que los riesgos llegan cuando la compartición de datos se torna excesiva, entrando en una sobreexposición de contenidos sobre la vida personal en lo que se conoce como ‘oversharing’, neologismo que proviene del término inglés “over” (sobre) y “sharing” (compartir) y podría traducirse como ‘sobrecompartir’.
“Y el ‘oversharing’ es un fenómeno que arrasa entre los menores”, enfatizan.
Según las encuestas de referencia para esta firma (www.qustodio.com), los menores con 11 años publican en las redes sociales un promedio de 26 veces al día y, generalmente, consiguen en cada red unos 100 o más seguidores, de los cuales menos de la mitad son amigos en la ‘vida real’.
Otros estudios que maneja esta compañía indican que un 45% de los menores de entre 9 y 16 años poseen un perfil en, al menos, una red social; porcentaje que llega al 83% en la franja de 15 a 16 años. Además, solo el 46% saben cambiar la configuración de privacidad en los dispositivos que usan y únicamente un 40% saben bloquear las ventanas emergentes.
Gran peligro. Indicar la ubicación, compartir futuros planes o difundir su número de teléfono móvil son algunas de las prácticas más comunes entre los jóvenes en Internet, según Qustodio.
Y cuando se publica un contenido en la Red hay que entender que es a perpetuidad, ya que es difícil conseguir que las plataformas eliminen los datos publicados, apuntan.
Así, al compartir información personal en línea, los menores se arriesgan a ser víctimas de delitos como la suplantación de identidad, la pornografía infantil o el secuestro, de acuerdo a esta fuente.
Para María Guerrero, psicóloga experta en tecnología y familia de Qustodio, “es fundamental que exista una comunicación abierta entre padres e hijos, y que los padres eduquen y fomenten un uso responsable de Internet a sus hijos”.
“¡Esta es la clave para poder garantizar la seguridad y el bienestar de los menores en el entorno digital!”, recalca Guerrero, que analiza para Efe los tres principales riesgos a los que se exponen los menores que incurren en el ‘oversharing’.
Suplantación de identidad. Los ciberatacantes tienen acceso a muchísima información de la víctima: fotografías, nombre completo, edad… Con todos esos datos que aportan los menores en redes sociales puede crearse una imagen muy real de ese menor para suplantarlo en Internet, según esta psicóloga.
“Si el atacante es otro joven, es probable que replique un perfil del menor en alguna de las redes sociales simplemente por el hecho de crear falsos canales de comunicación detrás de fotografías que no son propias”, apunta.
“El objetivo de esta suplantación de identidad puede consistir en ejercer ‘bullying’ (acoso escolar) en la víctima; convertirse en un ‘hater’ (persona que difunde comentarios negativos y hostiles en las redes) sin aportar sus propios datos; o entablar conversaciones o relaciones con personas con las que no se sentiría seguro de hacerlo con sus propias fotografías”, añade Guerrero.
“El problema es que después los menores deben demostrar que han sido víctimas de esta suplantación de identidad para evitar consecuencias futuras de actos que no han cometido”, lamenta.
Pornografía infantil. Este fenómeno consta de dos fases, que ponen en marcha los ciberdelincuentes, de acuerdo a Guerrero.
“Lo primero es elaborar el contenido, buscar fotografías o vídeos de menores. En este caso los menores están siendo los encargados de poner en la red este tipo de imágenes y, si no tienen cuentas privadas, se convierten en un mercado abierto y gratuito para la primera parte del proceso”, asegura.
Explica que el segundo paso “es la distribución de este material, por medio de redes, foros, correo electrónico o sistemas de mensajería instantánea, llegando a sujetos que padecen algún tipo trastorno sexual o parafilia (desvío de índole sexual)”. Así, “una inofensiva fotografía en la playa con amigas o amigos o un vídeo de un baile, puede ser utilizada por este tipo de sujetos para su distribución y consumo”, explica.
“Además, la vulnerabilidad de los menores es muy alta, por lo que, al haber facilitado sus datos en el primer paso del proceso, los ciberdelicuentes podrían ponerse en contacto con ellos, para pedirles más contenido y convertir a los menores en víctimas de acoso mediante el chantaje emocional”, apunta Guerrero.