Mensaje de la Editora

Mensaje de la Editora

Mucho se ha hablado de la fuerza y el poder de la maternidad. El privilegio de la mujer de acunar en su cuerpo una nueva vida, es un milagro que no acabamos de comprender en su vasta dimensión. “Parir”, “alumbrar”, “dar a luz”, son términos que oímos a diario y constituye para la gran mayoría, un regocijo digno de celebración.

Los que tenemos la dicha de disfrutar de estas alegrías, con un hogar estable, padres amorosos y selectos cuidados, facil­mente olvidamos de que gran parte de nuestra humanidad no tiene la menor idea de su trascendencia y por igno­rancia o inercia, completa falta de valores o extre­ma pobreza, dejan en total desamparo a esas nuevas criaturas que no pidieron nacer. Esos seres huma­nos desprovistos de todo, compartirán el futuro con aquellos que han sido esperados con amor y cuidado sus pasos con esmero.

Si asi lo miramos, parece una gran injusticia. Pero todo tiene un propósito en los planes de Dios y ya que El no crea la pobreza, ni el abandono, ni la tristeza, es obvio pensar que somos nosotros los que optamos por confundir el privilegio de vivir, transitando caminos de egoismo y búsque­das materiales, en vez de optar por el gozo de vivir en plenitud de fe.

Un bebé es el fruto del amor, pero es bueno recordar que es solo el comienzo del com­promiso eterno de unos padres que viabilizaron su presencia en este mundo. En consecuencia, su creci­miento es responsabilidad absoluta de ellos, en es­pecial de la Madre, que por su vínculo indisoluble, mantiene a flor de piel el amor encendido. Por eso es necesario recordar que además de las bellas prendas de vestir, la alimentación premium, los colegios más sofisticados y los entretenimientos más diversos, ese pequeño ser necesita los cuidados de una parte vital y determinante para su vida: su fe. Muchos pensarán que “eso de la fe” tendrá su momento.

Un momento postergado que permite el afianzamiento de un va­cío existencial que pronto se llena de confusiones y antivalores, creando seres débiles emocional y espi­ritualmente hablando. ¡Hemos dejado indefensos a nuestros hijos! Y se preguntarán ¿Cómo es eso? Y con humildad reconoceremos que esas semillas de fe, de gracia, de misericordia, que desde la tierna edad de todos los niños debe acompañarle, estuvieron ausen­tes. Quizás esperando “que entienda”, o que “el Co­legio se ocupe”.

Los bebes y los pequeños absorben perfectamente la verdad de Dios, porque acaban de salir de sus brazos. Incúlqueles su amor y ore a su lado. Entréguelos cada día al amoroso cuidado de su Padre Celestial, y no importa la edad, aún adolescentes o adultos, la mano protectora de Dios los cubrirá. Pero esto no es un milagro que viene de lo alto sin que nosotros ha­gamos nada. Tenemos que hacerlo no­sotros, los padres, abuelos, tutores, que sabiendo a plenitud el poder de ser hijos del Dios Altísimo, olvidamos cubrirlos con su amorosa protección.

Y he aquí la importancia de la misión de una Ma­dre, porque jamás termina y su misión no solo abarca los hijos de sus entrañas. Cuando se es Madre, se adquiere un compromiso, un rango, una encomienda en la salvación del mundo. Porque ese amor puro e infinito que la acompaña no puede ni debe ser usado unicamente para los “suyos”. Debe ampliarse y abrazar a aquellos desprovistos de amor y protección. Asi que, no de la vuelta ante una mirada de desesperanza en el rostro de un pequeño pidiendo un trozo de pan. No cierre sus oidos ante la rebeldía de un adolescente al que no quiere ver cerca de sus hijos. Permítase escucharlo y quizás descubri­rá que ha estado falto de amor y atención. En defi­nitiva, amplie su abrazo de Madre para que abarque a todos aquellos a los que pueda dar una esperanza o arrancar una sonrisa. Porque asi seremos fieles a su mandato: “Este es mi mandamiento: que os ameis unos a otros como Yo los he amado” (Juan 15, 12)

En esta edición especial dedicada a todas las Madres dominicanas, la revista ES se complace en compartir interesantes y ejemplares historias de vida de dife­rentes Madres que afirman al unísono que es éste el mayor privilegio y el más grande compromiso. Eva Hart, Doña Carmen Heredia de Guerrero, Coral La­zala, Lisa Cerda y Daniela De Moya, nos narran sus experiencias en el exquisito arte de ser MADRES. Pero además, atractivos reportajes, nuestras intere­santes secciones, las columnas de nuestros colabo­radores y las más selectas actividades sociales de la quincena, completan esta rica edición que estamos seguros será de su completo agrado.

¡Feliz día para todas las Madres y que Dios las bendiga!

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