Mensaje de la editora

<STRONG>Mensaje de la editora</STRONG>

“En los que fraguan el mal habita el engaño,
pero hay gozo para los que promueven la paz.”
                                               Proverbios 12:20

Promover la paz parece una cosa sencilla. Una decisión tomada en la cúspide de la emoción o el deseo de que todo marche bien a nuestro alrededor. Mucha gente tiene esta aspiración, algunos la exteriorizan y otros, muy pocos por cierto, trabajan en ello. Pero ¿cómo se trabaja para promover la paz? Es tan sencillo que lo hemos olvidado. Poco a poco hemos incorporado a nuestra vida, a nuestra rutina, a nuestra “normalidad”, acciones que definitivamente atentan contra la paz. Muchos pensarán que exagero, pero más bien creo que me quedo corta. Solo basta analizar las actitudes que hoy son asumidas como algo natural, como parte de las reglas del juego de la sociedad en que vivimos y que definitivamente atentan contra los valores que por tantos años tratamos de mantener como tesoros de nuestros ancestros. Alguien decía hace unos días que ya no existía el “hombre honorable” con que se catalogaban a esos señores de ayer que, sin necesidad de tener dinero, ni poder, tenían sin embargo firmemente arraigados valores como la honestidad, la integridad, la justicia, la responsabilidad y el compromiso. Pero hoy, nuestros “hombres honorables” se crean bajo el efecto de la publicidad, el dinero, el poder y los intereses. Muchos de esos “hombres honorables” no dudan en subvalorar las capacidades de sus subalternos para aprovecharse de su tiempo y su talento, ofreciendo menos pago del que saben merecen. Otros tantos, con la mayor naturalidad, hacen un cheque sin fondos, retienen salarios de los empleados, prometen y no cumplen, utilizan el chisme como arma de competición, llenan de halagos a quien les interesa convencidos de que no los merecen, ponen niveles de exigencia exagerados a sus subalternos, roban tiempo al trabajo usándolo para hacer otras cosas que no corresponden, hacen esperar a personas sin ninguna justificación o quizás motivados para que piensen que son muy importantes, siembran cizaña para poner a personas en conflicto y encontrar ganancias personales, manipulan información para lograr que las personas actúen según sus propias conveniencias, y miles de pequeños detalles odiosos que han sido asimilados por todos como “parte del juego”. Pero no solo los hombres entran en esta descomposición. La mujer, antes cuidadosa y recatada, en su afán por ascender a posiciones de relevancia, juega los  mismos juegos que el hombre, pero los salpica con sus armas de coquetería y seducción para lograr ascensos o prebendas. Y Dios me libre de que se piense que hablo de todos los hombres o las mujeres de hoy día, sino de una minoría que lamentablemente encuentran con facilidad sus objetivos y son fuente de mal ejemplo para otros. Estos yo los llamo los verdaderos terroristas que atentan contra la paz, porque es imposible que exista paz cuando hay desigualdad, cuando existe injusticia, cuando se premia lo mal hecho y los valores se obvian. Y si en el campo laboral esto es un arma de sobrevivencia, lo lamentable es que sus efectos llegan a los hogares y nuestros hijos asumen estas actitudes como intrascendentes. Y así, decir una “mentira piadosa” no tiene ninguna consecuencia; copiar programas de un computador, comprar videojuegos ilegales, no tiene la mayor importancia; maltratar a la servidumbre está permitido, y poco a poco se va conformando un individuo que no respeta las reglas y que es fácil presa de la corrupción. Poco a poco, a todos se nos va olvidando qué significa ser honesto. El libro “Crecer con Valores”, de la autoría de María Elena López y Daniela Violi, lo expresa claramente en uno de sus interesantes capítulos, cuando afirma: “Cuando se habla de honestidad automáticamente se piensa en el mandamiento bíblico que dicta no robar. Sin embargo, esta concepción no agota el valor; solamente es una parte de él. Una persona no sólo es deshonesta cuando atenta contra los bienes materiales que no le pertenecen, sino también cuando arremete la dignidad e integridad de los demás.”  Y más adelante señala “En el mundo de hoy, a veces resulta difícil pensar, sentir y actuar honestamente, pero una manera de comenzar a vivir en este valor es volviendo a creer que es importante y fundamental, que debe hacer parte del diario vivir, y que es la opción que con mayor fortaleza conduce a un camino de realización y plenitud.”  No hay duda ninguna. Hay que volver a sembrar en las familias los valores esenciales que nos conviertan en hombres y mujeres honorables, en dignos Hijos de Dios. Cuando esto suceda, estaremos promoviendo la paz en el mundo. Comience hoy. Desengavete esos valores heredados de sus padres y que se exhibían con orgullo. Desempólvelos, abrillántelos y exhíbalos con orgullo como su mayor fortuna, una que no se acaba, que no se cuestiona, que tiene el visado de la eternidad.

En nuestra portada y entrevista central les presentamos a una destacada promesa de la música culta de nuestro país: Sofía González, ganadora de la beca Michel Camilo para cursar estudios en la prestigiosa escuela Berklee en Boston, y quien afirma emocionada que “la flauta es el reflejo de mi alma”. Pero además, evidentes ejemplos de nuestra sociedad, nos confirman nuestra esperanza en el futuro de nuestra nación y en la cosecha de paz que a través de estos ejemplos estaremos disfrutando.

Hasta la próxima y que Dios les bendiga,

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