Con mucha frecuencia nos tranquilizamos en la seguridad de que decimos yo creo en Dios y eso abrirá las puertas de nuestra paz interior. Pero, a pesar de que dicha aseveración es una bendición, creer tan sólo, divorciado de nuestro accionar, no tiene asidero ni valor frente a Dios. Porque la palabra que pronunciamos debe estar cimentada en la verdad, y la verdad se manifiesta en todo, no tan sólo en frases que pudieran estar huecas y vacías de autenticidad.
La verdadera fe transita todo nuestro pensamiento, emociones y acciones, no en determinadas ocasiones, sino en todos los instantes de nuestra vida, desde los más rutinarios y cotidianos, hasta los espectaculares y extraordinarios. Es por eso tan cierta la frase de que obras son amores, y no buenas razones, porque con la palabra podemos definir una posición, pero solo con nuestras acciones la validamos hasta pasar a ser una verdad absoluta. Y esto sucede también en lo familiar y cotidiano, cuando reconocemos el privilegio de vivir en una familia con solidos principios morales, que han sabido enarbolar sus valores manteniéndolos en alto frente a una sociedad donde todo lo que nos rodea atenta contra esos valores. Es usual oir a jóvenes que se enorgullecen de pertenecer a determinada familia, pero sus acciones no están de la mano de los parámetros de vida heredados de sus padres y abuelos. Por lo que no es suficiente decir yo soy hijo de fulano.
Lo importante es SER fulano. Actuar como fulano y sentir el orgullo de servir de ejemplo familiar frente a la sociedad. Es por eso tan importante y vital que los padres recuperemos el orgullo de exhibir nuestros principios, porque los valores no pasan de moda, y son atemporales. Podemos adaptarlos a nuestro tiempo, pero en esencia, permanecen como reglas inalterables de comportamiento, que nos permiten exhibir cualidades en vías de extinción como la dignidad, la responsabilidad, la honradez, la moral, el respeto y la voluntad. Sembremos pues, estas semillas en cada familia dominicana, y cosecharemos una sociedad fuerte y sana. No es, complicado. Tan solo piense un poco, todo lo que es por lo que heredó de sus padres y de sus abuelos, de esa educación de hogar que no puede sustituir ninguna cátedra universitaria. Encontrará que son reglas simples, que por simples había olvidado u obviado. Comience a usarlas y verá los resultados.
Permita que sus hijos puedan, en su adultez, nostalgiar como usted, el recuerdo valioso de unos padres ejemplares. Construya un espejo donde puedan mirarse y encontrar los valores de sus antepasados y la luz de la fe como estandarte de victoria. Y, usemos esta receta de la Madre Teresa, recientemente santificada que dice: Disemina amor adondequiera que vayas: antes que nada, en tu propia casa.
Da amor a tus hijos, a tu esposa o esposo, a tu vecino de al lado.. No permitas que nadie venga a ti sin que se despida siendo mejor y más feliz. Sé la expresión viviente de la bondad de Dios; bondad en tu rostro, bondad en tus ojos, bondad en tu sonrisa, bondad en tu cálido saludo.
En nuestra portada y entrevista central, los invitamos a disfrutar de una enriquecedora entrevista a dos generaciones de la familia Espaillat-Cabral, quienes afi rman con orgullo la importancia de sus raíces y los valores familiares que enarbolan con visión de futuro. El doctor Arnaldo Espailla Cabral y su hijo, el doctor Arnaldo Espaillat Matos, nos cuentan una exquisita historia de sana cadena generacional. Pero además, podrán disfrutar a partir de esta edición, de nuestras renovadas Historias de Familia, a cargo de Graciela Azcárate, quien nos regala en cada entrega, la emoción del orgullo familiar. Y para completar, nuestras atractivas secciones, lo mejor de la moda, actualidades y las actividades sociales más importantes de la quincena, conforman el contenido de esta edición que de seguro será del completo agrado de nuestros lectores.
Hasta la próxima y que Dios les bendiga